Tribuna abierta

Caos

Baterías antiaéreas Patriot norteamericanas desplegadas en Jafa (Israel) en 2003.

Baterías antiaéreas Patriot norteamericanas desplegadas en Jafa (Israel) en 2003. / NIR ELIAS

David Grossman

Todo lo que ha sucedido en Israel desde las elecciones es aparentemente legal y democrático. Pero bajo esta cobertura, como ha sucedido más de una vez en la historia, se han sembrado las semillas del caos, el vacío y el desorden en las instituciones más vitales de Israel. No estoy hablando simplemente de la promulgación de nuevas leyes, por extremas y escandalosas que sean, sino de un cambio más profundo y fatídico, un cambio en nuestra identidad, un cambio en el carácter del Estado. Y el debate en las elecciones no giró en torno a este cambio. Eso no fue lo que los israelíes fueron a votar a las urnas.

A lo largo de las negociaciones para formar un nuevo Gobierno, un versículo del libro de Isaías me ha estado rondando constantemente por la cabeza: «¡Ay de los que llaman bien al mal y mal al bien, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!» De fondo, como en la tortura de la gota china, escucho constantemente al diputado de la Knesset Moshe Gafni proclamar: «La mitad de la gente se dedicará a estudiar la Torá y la otra mitad servirá en el Ejército». Y en todas esas ocasiones me arde la cabeza, pero esta vez por razones completamente diferentes. Las negociaciones, que parecían más bien una rapiña, centelleaban ante nuestros ojos en una sucesión de imágenes rápidas, destellos de una lógica extraña y provocativa: «la cláusula de anulación» [que el Parlamento pueda considerar las decisiones judiciales meras recomendaciones], «Smotrich tendrá la decisión final en materia de construcción en Cisjordania», «Ben-Gvir podrá establecer una milicia privada en Cisjordania», «El criminal en serie Dery podrá...». En un abrir y cerrar de ojos, con un frenesí creciente, como el juego de manos de un trilero. Sabemos que alguien nos está engañando en este mismo momento. Que alguien nos está hurtando no solo nuestro dinero, sino nuestro futuro y el de nuestros hijos, la forma de vida que queríamos crear aquí, un Estado donde, a pesar de todos sus defectos, deficiencias y ángulos muertos, la posibilidad de ser un país civilizado e igualitario, un país con el poder de asimilar las contradicciones y diferencias, un país que con el tiempo incluso consiga liberarse de la maldita ocupación, en ocasiones se atisba. Un país que pueda ser judío y creyente y secular, un poder tecnológico y tradicional y democrático, y también un buen hogar para sus minorías. Un Estado israelí en el que la multiplicidad de dialectos sociales y humanos no cree necesariamente miedos y amenazas mutuas y racismo sino que nos lleve a un intercambio fértil y floreciente.

Ahora, después de que la polvareda se haya posado, después de que se hayan revelado las dimensiones de la catástrofe, Benjamín Netanyahu puede estar diciéndose a sí mismo que, después de que su siembra del caos haya logrado sus objetivos –destruir el sistema legal, la policía, la educación y todo lo que emita un hálito de izquierdismo–, estará en condiciones de hacer retroceder el reloj, borrar o al menos moderar la loca y deshonesta visión del mundo que él mismo creó y volver a liderarnos de una manera adecuada y legal. Volver a ser el adulto responsable en un país bien gobernado.

Pero llegado a ese punto, bien puede descubrir que del lugar al que nos ha llevado no hay retorno. Será imposible eliminar o incluso controlar el caos que ha creado. Sus años de caos ya han grabado algo palpablemente aterrador en la realidad, en las almas de las personas que los han vivido.

Ellos están aquí. El caos está aquí, con todo su poder de succión. Los odios intestinos están aquí. El desprecio mutuo está aquí, como lo está la violencia cruel en nuestras calles, en nuestras carreteras, en nuestras escuelas y hospitales. La gente que llama al bien mal y al mal, bien, también ya está aquí.

Evidentemente, la ocupación tampoco terminará en un futuro previsible, ya es más fuerte que todas las fuerzas activas hoy en la arena política. Lo que comenzó y se perfeccionó con gran eficiencia allí, ahora se está filtrando aquí. Las fauces abiertas de la anarquía han mostrado sus colmillos a la democracia más frágil de Oriente Próximo.

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