Tropezones

Lo que nos espera

Lamberto Wägner

Lamberto Wägner

Entre las muchas pejigueras que me disgustan, como supongo que a tantos semejantes, figuran soportar el relato pormenorizado de lo que ha soñado la víspera mi interlocutor , o tener que ver arrobado los vídeos familiares grabados durante sus vacaciones. O en estos tiempos toparme con los inevitables resúmenes mediáticos de lo acontecido a lo largo de los 12 meses que uno ya creía superados y olvidados. Y este año pasado no iba a ser la excepción, con la irrupción de por lo menos 3 de los 4 jinetes del apocalipsis, el de la pandemia, el de la guerra, y asomando el hocico entre tanta catástrofe ecológica, la montura del hambre.

Por el contrario quisiera detenerme no en lo que nos ha pasado, sino en lo (la) que nos espera.

Las herramientas tecnológicas, para bien y para mal, acelerarán los cambios en nuestra vida cotidiana: la computación cuántica, aplicada al tratamiento de los grandes números potenciará la inteligencia artificial. Esta nos facilitará la vida en la conducción sin conductor, o el tratamiento de las enfermedades, pero también en la capacidad de procesamiento a escala doméstica, convirtiéndose en un serio competidor de Google… o en su socio. Pero con los peligros propios de técnicas innovadoras: el ocasional caprichoso comportamiento de la nueva computación o el desamparo de la encriptación actual ante la nueva potencia descodificadora.

Otro desarrollo imparable será el pago por tarjeta, con los riesgos que supone la desaparición de la moneda tangible y que el control de las operaciones caiga en manos equivocadas; se imaginan cuando desaparezca el efectivo, que un estado autoritario pueda disponer de toda la información de cuánto, cómo y dónde nos gastamos nuestros cuartos. Serán superfluas las cámaras de vigilancia en nuestras calles y el reconocimiento facial; una simple monitorización de nuestras cuentas pondrá en evidencia si gastamos por encima de nuestros medios, posibles inversiones ilícitas o si hemos visitado recientemente algún lugar de mala fama.

En el campo de la energía es donde mayores progresos se están consiguiendo, con nuevas técnicas renovables, con generación por olas o mareas, y avances en electrificación de la navegación aérea. Se está hablando mucho últimamente de la fusión, o sea la reproducción de la generación solar, sobre todo desde que se ha conseguido el hito de mayor ganancia que gasto en el proceso, pero la comercialización queda todavía lejos. Uno de los problemas principales es conseguir mantener el plasma de la fusión, una sopa de 150 millones de grados, dentro de un contenedor sin fundirlo. Ni siquiera es seguro que la producción a gran escala pueda llegar a tiempo para neutralizar el temible calentamiento global. Un enfoque más viable a corto plazo tal vez sea el otro sol que tenemos bajo nuestros pies, accediendo al magma incandescente ya casi alcanzable con las nuevas técnicas de perforación de la corteza terrestre.

Otra manera de vaticinar lo que nos espera pueda ser tal vez investigar en qué están interesados otro tipo de visionarios a su modo: los grandes emprendedores de éxito. En general invierten en el ámbito tecnológico, como es de esperar, pero con algunas variantes: Bill Gates se está decantando últimamente por comprar terrenos de cultivo con agua asegurada, además del equipamiento agrícola necesario. Es sin duda a largo plazo una apuesta segura, tanto para producción de alimentos como de biocombustibles.

Elon Musk (Tesla, Space X) o Jeff Bezos (Amazon) concentran sus inversiones en sus propias empresas, de distribución, energéticas o de viajes espaciales.

¿Y qué pasa con Amancio Ortega? Pues por lo que parece está muy focalizado en inversiones inmobiliarias. Eso sí, alquilando sus propiedades a Bill Gates, a Jeff Bezos y a sí mismo.

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