Notas de un espectador

El encargo, el azar, el periodismo

Juan Cruz Ruiz

Llevo en este oficio desde que tengo uso de razón, exactamente sesenta años y un mes. ¿Cómo llegué a tener uso de razón? Leyendo periódicos, ya lo he contado: los veía en la calle, eran papeles abandonados por ciudadanos que sólo habían comprado los periódicos para ver, por ejemplo, la quiniela, la lotería, el cupón pro-ciegos o las farmacias de guardia. Luego los convertían en parte de la basura.

Ahora en los periódicos solo ponen la lotería. Así es la vida. Es posible que haya un día, ustedes lo verán, en que tampoco pongan noticias, sino opiniones. Habrá un día también, mientras tanto, en que la palabra común de estos tiempos para referirse a los protagonistas de las tertulias, comentaristas, se convierta en el símbolo del principio del fin del oficio. Mientras tanto esa palabra que define al que opina de todo, aunque no sepa a ciencia cierta de nada, podría tornarse negra y ser tenida como insulto hasta para la Academia de la Lengua. «Comentarista. Dícese del que dice ocurrencias». No sé, todo puede pasar, y ese todo, como diría el poeta José Hierro, también incluye la nada.

Así pues, mi oficio es el periodismo, y parte muy importante de él lo he ejercido en función de lo más preciado que para mi tiene el oficio, que son los encargos. Creo que también lo he contado, pero es verdad que me obsesiona decirlo para no olvidar mi gratitud a quienes me encargan y cubren así mi falta de imaginación o mi pereza.

Si alguien me encarga algo, periodístico se entiende, yo ya tengo el día hecho. Me cuesta trabajo llevarlo a cabo, naturalmente, pues este es un trabajo que requiere información y datos, y no sólo las ocurrencias propias de los comentaristas, pero si tú me das un tema ya tengo materia y experiencia para saber cómo buscar el fondo y el envoltorio del traje que me toca hacer.

Así pasó desde que tenía trece años y gracias a eso sigo (más o menos) tan campante. Entre los muchos encargos que he recibido en mi vida acaba de sorprenderme uno en particular que yo mismo había olvidado hasta que vino a mi memoria este 4 de enero, el día del 63 cumpleaños de la muerte de uno de los héroes de mi vida de periodista y de escritor, Albert Camus. Contaré por partes lo que sucedió con ese encargo que de pronto ha puesto a prueba mi memoria dolorida por los embates del tiempo.

Este miércoles día 4 de enero de 2023, en el nacimiento de una nueva era que durará aún más de trescientos días, me levanté temprano, abrí el ordenador después de abrir la ducha, busqué en twitter (sí, regresé, ya les contaré por qué) lo que hubiera disponible para ser celebrado u olvidado, y me encontré reseñado un artículo mío…, sobre Albert Camus, publicado en abril de 2021 por la Nueva Revista que hasta fecha reciente dirigía (y en la que sigue colaborando) Juan Carlos Laviana, un periodista grande que une a esa condición la rara circunstancia de que es, además, una persona de extraordinaria bondad. Él me contaría algo más tarde en el día las circunstancias en que le llegó ese artículo que yo había olvidado. Yo mismo le había contado en aquel entonces que el diario La Nación de Buenos Aires me había encargado ese mismo artículo y como ya se iba a publicar allí yo le había dado a él la oportunidad de publicarlo también en su revista, y ahí había aparecido. En Twitter alguien lo había subido dos años después precisamente para conmemorar los 63 años de la muerte de uno de los escritores (y periodistas) que más he querido y admirado en mi vida. El artículo se titula Albert Camus, una reconsideración del periodismo.

Ese azar tan extraordinario para mi incluyó este 4 de enero otras casualidades que me llenaron de estupor, pero también de gozo. La más impresionante las casualidades es la que siguió a este descubrimiento de mi propio texto olvidado y de su publicación subsiguiente en twitter fue mi encuentro posterior con Mario Gas, al que iba a entrevistar esa mañana por su trabajo teatral, sobre todo, y por su vida.

En tiempos parecidos a los que me llevaron a escribir el texto sobre Camus (2021), él había estrenado en el Matadero de Madrid la obra capital de Juan Rulfo, Pedro Páramo. Le iba a entrevistar ahora en un bar tranquilo de la plaza Santa Ana, adonde él llegó con su maleta para viajar a Barcelona. Mientras lo esperé charlé, tomando notas, con Alba Vigaray, nuestra fotógrafa. Mientras hablaba con ella me di cuenta de que, en el texto escrito por mi para enviar al periódico (El País, entonces), había equivocado el apellido de Gas, a quien llamaba Camus.

A lo largo de los días se fueron sucediendo azares distintos, todos ellos relacionados con la literatura, el periodismo o Albert Camus, se mezclaron las figuras de Fernando Arrabal, de Stefan Zweig, de Edgardo Cozarinsky o Sergio Ramírez, y al terminar el día llamé a Juan Carlos Laviana, ocupado en una tarea que tiene también con el azar, en este caso el accidente, por fortuna leve, que afectó a su mujer, herida sin gravedad en un pie.

Cuando al fin llegué a casa me preguntaron qué tal había ido el día. No mentí al responder, como tantas otras veces, que me había pasado el día cumpliendo encargos. Uno de ellos era, por supuesto, buscar materia para este encargo semanal que me hace Nekane Chamorro, con quien me encanta cumplir hasta lo más raro o azaroso. Ah, por cierto, Laviana me dijo que me lee por aquí, así que a él y a mis compañeros de El Periódico de España y a los lectores de esta sección los saludo deseándoles que el azar les sea siempre propicio. Por cierto, una versión más detallada que ésta he enviado a Jacobo de Arce, redactor jefe de Cultura de EPE a ver si tiene a bien darla en la sección que allí me mantiene, Espejo de papel. Ojalá se pasen también por esa taquilla.

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