Isla Martinica

La noche que vi a Dios

Brasil despide al "Rei" Pelé en velatorio en el estadio Vila Belmiro de Santos

Brasil despide al "Rei" Pelé en velatorio en el estadio Vila Belmiro de Santos / Antonio Lacerda

Cuentan que E. G. Moore, catedrático de la Universidad de Cambridge, conoció a Dios mientras viajaba en un tren. Hasta llegó a enviar un escueto telegrama a su mujer con este motivo, aportando el detalle preciso de la hora en que se produjo la epifanía. Yo no tuve tanta suerte, porque vi a Dios en una pantalla, con apenas cinco o seis años, cuando la mirada aún conservaba la inocencia propia del niño.

En una época en blanco y negro, como casi todos los chicos con esa edad, quería jugar a la pelota sin descanso, de la mañana a la noche, y aquel hombre en singular encarnaba las ambiciones de la barriada humilde en que residíamos. Pero esto era lo de menos, para nuestras mentes infantiles O Rei y sus filigranas sobre el césped representaban la gracia plena. Es verdad que jamás habíamos tenido contacto con la Providencia, ni siquiera teníamos la menor idea de qué significaba eso, y, sin embargo, las evoluciones del brasileño eran lo más parecido al dedo de Dios sobre la Tierra.

El juego de este hombre con sus compañeros de selección en un remoto México nos hacía sentir testigos de una presencia muy grande que maravillaba a los ojos de unos pequeños ilusionados con tocar a su ídolo, y si ello no era posible, al menos tocar el instrumento con el que hacía su particular magia, ese balón que a menudo cosía sus costuras con los deseos de miles de chiquillos en el mundo. Manteníamos pegada la vista al televisor en la misma forma que el creyente ante su hacedor. Si alguna vez la tuvimos, esa fue la fe de una religión especial, fortalecida por la revelación providencial de un individuo que dibujaba sobre el campo de juego la perfección estética de la que nos hablaban los mayores.

Envidio a los que han tenido la oportunidad de conocer a sus ídolos, con independencia de que haya sido en una cancha de fútbol o en el vagón de un cercanías, pero, a falta de esta iluminación, lo que más se le acerca en experiencia es la imagen de un astro del balón proyectada en el televisor de una casa cualquiera. Porque Dios no necesita del calor de una iglesia para asomarse a la vida, quizás le baste con la magia de unos ojos que contemplan agradecidos el espectáculo de la belleza. En aquellos momentos, la infancia era una aliada de lujo para que el mago hiciera de su encantamiento la religión de unos fieles entregados a su pasión. Para los de mi generación, Pelé consumaba la combinación sutil y prodigiosa de realidad y fantasía. ¡Y para qué más!

Por desgracia, el Rey ha muerto, como ya lo hiciera el Wittgenstein de Moore, aquel pelirrojo vienés de apellido impronunciable, que hoy es tan conocido como el recuerdo que sin duda dejará el brasileño en todos los que fuimos niños alguna vez.

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