El lápiz de la luna

El poder curativo de los libros

A través de los cuentos es posible trabajar la gestión emocional, los miedos y los valores de los más pequeños

El poder curativo de los libros

El poder curativo de los libros

Elizabeth Lopez Caballero

Mi primer libro, de hecho, con el que aprendí a leer se titulaba Borja y Pancete. Borja era un niño de siete años que tenía un oso de peluche que, a su vez, era su compañero de aventuras y desventuras. Pancete era ese amigo leal que no juzga y que te acompaña en las duras y en las maduras. Todos los niños de mi clase queríamos tener uno. Es más, yo lo tuve. Un peluche con una bufanda de rayas rojas al que si le apretabas una de las patas sonaban villancicos. Daba igual la estación del año, a mí me encantaba mi Pancete particular. Tanto que una Navidad que pasamos en casa de mi abuela, mis padres tuvieron que volver a casa a buscar el dichoso peluche, porque mi berrinche y mi negativa a pasar la noche lejos de él no auguraban nada bueno. Sin embargo, ahora, bastantes años después, no echo de menos el osito, sino el libro. ¿Por qué? Porque en ese momento, a mi corta edad, no podía darme cuenta, pero fue el primer libro que me salvó. Sí, los libros salvan. Al acabar Psicología tocaba especializarse en algo, todo el mundo se decantaba por lo sanitario, porque es lo que dicta la sociedad, porque si no, de qué vas a trabajar. Como si un psicólogo no tuviese un abanico de posibilidades más allá de lo sanitario, pasando por la psicología social, la educativa, la organizacional o la de recursos humanos, entre otras. Todo el mundo me empujaba hacia lo clínico y no sé muy bien por qué empecé a creer que «era lo que tenía que hacer». No fue hasta que me vi haciendo la matrícula para el máster sanitario cuando, tras sentir unas intensas ganas de llorar, me di cuenta de que eso no era «lo que sentía que tenía que hacer». Entonces recordé un pasaje del libro Borja y Pancete en el que el niño se pierde y cuando vuelve a casa los mayores le dicen: «En esos casos, hay que ser fuertes y valientes y apoyarse en los seres más queridos y en los libros, que siempre son una cuerda a la que agarrarse». En ese instante, una vez más, un libro me salvó, como llevan haciéndolo todos estos años. Además, me di cuenta también de que sin querer llevaba años trabajando con los más pequeños la gestión emocional, los miedos y los valores a través de los cuentos y que muchos niños mejoraban su sintomatología al darse cuenta de que, a alguien, a otro niño protagonista de una historia, le pasaba lo mismo que a él y, en más de una ocasión me han dicho: «Al personaje del cuento le pasa lo mismo que a mí, no soy un bicho raro». Y no solo le pasaba lo mismo que a él, sino que encontrábamos formas de ponerle remedio a lo que le estaba sucediendo. ¿Y con los adolescentes?, me pregunté. No es tan fácil que lean a esa edad; sin embargo, sí les gusta que les cuenten cuentos. ¿A quién no le gusta que le cuenten historias? Treinta años más tarde, Borja y Pancete me indican cuál es mi camino y de la mano de este peluche he acabado por cancelar la solicitud del máster sanitario para hacerlo en uno especializado en literatura infantil y juvenil, con el fin de unir la psicología y la lectura. No sé si mi tesis doctoral irá por ahí, aún me quedan unos años para eso, pero no sé por qué tengo la sensación de que, llegado el momento, si dudo, un cuento infantil vendrá a darme la respuesta.

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