Observatorio

Cómo se llega a ser juez

La libertad de expresión  de los jueces y su imparcialidad

La libertad de expresión de los jueces y su imparcialidad / Gerardo Pérez Sánchez

Jordi Nieva-Fenoll

Últimamente se está escuchando con bastante reiteración que la calidad profesional de los jueces españoles es baja, y no solo en ambientes independentistas en los que efectivamente la idea es recurrente. Al contrario, se formula el pensamiento en muchos sectores al margen de su tendencia ideológica. Incluso se escucha el mismo comentario entre jueces de tendencia conservadora.

El rumor no se debe realmente a esa frase tan manida de que «los jóvenes cada vez suben peor». Ese pensamiento jamás ha sido cierto en la historia, salvo que haya sucedido una situación catastrófica que haya sumido de nuevo a la humanidad en el oscurantismo, como ocurrió con la caída del Imperio romano, entre otras ocasiones. Al contrario, la generación siguiente siempre es mejor que la anterior. Piensen ustedes en sus padres o en sus abuelos, y ya verán cómo enseguida se dan cuenta de que son más avanzados que ellos. Por eso hemos evolucionado y no seguimos viviendo en cavernas.

En el caso de los jueces, sin embargo, sí se empieza a apreciar de manera recurrente un descenso de la calidad que se observa, sobre todo, en la redacción de las resoluciones judiciales, que a veces es catastrófica incluso ortográficamente, y que además en los últimos años ha sido víctima de la herramienta «corta/pega», que hace que en ocasiones trasladen a sus sentencias pasajes de la jurisprudencia o de resoluciones anteriores de manera abusiva, también en situaciones en las que ni siquiera tiene sentido el pasaje copiado. Este sería probablemente el mal más extendido y es debido no solamente a las utilidades informáticas, sino a una excesiva acumulación de trabajo.

Sin embargo, además de lo anterior, en otros casos algo más minoritarios, se aprecian escandalosos errores de concepto que están afectando incluso a magistrados de altísimos tribunales. Actuando a veces con una soberbia que solamente busca encubrir la ignorancia, se formulan innovaciones u ocurrencias desde el más miserable desconocimiento, lo que causa estupor incluso entre sus propios compañeros, porque ciertamente, y por fortuna, no todos son así. Todo lo contrario, hay magistrados brillantes cuya calidad, aunque es reconocida por todos, queda eclipsada por las barbaridades de otros compañeros que, insisto, se están haciendo alarmantemente frecuentes. Y no estoy hablando de discrepancias interpretativas, sino de errores groseros, y que en la enorme mayoría de ocasiones ni siquiera tienen un trasfondo político o ideológico. Simplemente es la pura vanidad lo que algunas veces está detrás de las insensateces. Fíjense cómo estarán las cosas que algunos jueces ya no quieren estar en determinados tribunales, por altos que sean, porque no quieren desprestigiarse firmando las sentencias de sus compañeros, ni eventualmente tener que manejarse entre presiones de diversa índole…

Los problemas de fondo, que muchos no quieren ver, son el sistema de ascensos, así como la oposición para llegar a ser juez. Del primer tema no hace falta ya ni hablar ni dar muchos datos, habida cuenta de cómo se ha evidenciado la tremenda importancia política del manejo de esos ascensos con el vodevil de la no renovación del Consejo General del Poder Judicial. El segundo tema se ha comentado en los medios de comunicación y ya es sabido por quien ha querido enterarse. Pero no parece que nadie se haya escandalizado demasiado. De hecho, las oposiciones de notarios, registradores o abogados del Estado no son tan diferentes y casi nadie se ha fijado en ellas. España tiene un problema con el sistema de acceso a esos altos puestos de la función pública y no parece haber quien lo cambie, porque además se dice que el sistema en el pasado trajo a buenos profesionales.

Pero es que los tiempos han cambiado, y examinar a los pocos integrantes de una élite social que podían acceder a una educación de calidad hace 70 años no es lo mismo que examinar a unos aspirantes mucho más plurales sociológicamente, tan bien educados o mejor que los de la élite, por cierto. La antigua oposición identificaba a los mejores de esa élite, que eran los únicos que concurrían al examen. Actualmente existe el riesgo de que el sistema solo identifique a los integrantes de esa élite o a sus amigos. Y una democracia no puede correr con ese riesgo.

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