Isla Martinica

El príncipe, el niño y la muerte

El príncipe Harry y Meghan Markle.

El príncipe Harry y Meghan Markle.

Comienza este 2023 de manera un tanto extraña. Un príncipe confiesa públicamente haber matado a 25 talibanes y un niño de seis años dispara contra su maestra. Unos sucesos aparentemente distanciados, pero que, en su fondo, se relacionan más de lo que uno pudiera creer, aunque sean noticias que provengan de países muy diferentes. A mi modo de ver, el que un aristócrata y un menor sean capaces de perpetrar ambas acciones apunta a una realidad que va más allá de lo que se entiende por normal.

El niño, al que la policía calificó de «sospechoso», nos pone en la tesitura de explicar cómo la infancia puede llegar a levantar sospechas entre las autoridades. Porque lo importante aquí, al margen de la suerte corrida por la profesora, es explicar cómo un alumno de primaria apretó el gatillo de un arma de fuego de modo «no accidental». En este sentido, la declaración gubernativa reconoce, siempre con las debidas cautelas, que existió una intencionalidad en los hechos, un manifiesto deseo de hacer daño. Si, por un momento, lográramos olvidar la edad del autor, la composición y el relato del suceso indicarían que el protagonista era consciente en todo momento de sus actos tanto como del afán de herir expresamente a la víctima.

Empleo este lenguaje forense con pleno convencimiento para que se comprenda lo que está en disputa. Un individuo, a la sazón menor de edad, ha herido de muerte a su profesora y, en las primeras conclusiones, se establece que actuó conforme a una intención, guiado por el ánimo de provocar el mal ajeno. Decía Sócrates que los criminales lo son por ignorancia de las reglas morales, por la falta de un contacto estrecho con el bien. Parece que con este niño ha caído un velo de ingenuidad en torno a la infancia y, en cierta medida, también sobre el posible efecto preventivo de la educación. Habrá que estar al tanto de la evolución del suceso con vistas a reflexionar sobre los extremos apuntados, a sabiendas de que se deducirán notables conclusiones acerca del componente ético de las acciones de los menores como del posterior tratamiento punitivo de las mismas.

El otro fenómeno extraño de este inicio de año es que un miembro de la realeza, uno de los aristoi de Platón, es decir, uno de los selectos y virtuosos de la sociedad, ha tenido a bien comunicar que la muerte de unos cuantos talibanes es equivalente a retirar del tablero de juego unas cuantas piezas. En concreto, mostraba su orgullo personal por haberse despachado a 25 personas en el uso de la fuerza militar como soldado que fue del Ejército británico. Recalco lo de «personas» porque, según Emmanuel Mounier, «ninguna otra persona, y con mayor razón ninguna colectividad, ningún organismo puede utilizarla legítimamente como un medio» para conseguir un fin, sea el que sea. Y, para el caso, da igual que las víctimas hayan sido los despreciables talibanes. El hecho objetivo es que se ha vanagloriado de la muerte de otros seres humanos y, precisamente, por su propia mano. No sé si es lo más oportuno que un referente social, como sin duda lo es el príncipe Enrique de Inglaterra, se manifieste de esta manera. Y, como en el anterior caso del francotirador de las aulas de primaria, destaca la intencionalidad del protagonista. Bajo ninguna circunstancia, al menos eso espero, el aristócrata podrá alegar desconocimiento de lo que hacía como tampoco de las consecuencias de sus palabras. En definitiva, no debería haber caído en el olvido de la responsabilidad institucional que ha de observar.

Resulta paradójico que dos ingenuos, uno por edad y otro por condición, pongan en entredicho las enseñanzas de los clásicos sobre la educación y la moral, pero es evidente que lo han hecho con perfecto conocimiento del mal que provocaban. Para mí, y supongo que para muchos, es el fin de la inocencia, tal vez el acabose de una era. Escribía Luis García Montero, en un hermoso poema, que «desconocía hasta qué punto la muerte daña como animal doméstico». Porque ella, y sólo ella, a través de un certero zarpazo, es la que nos ha hecho despertar del sueño feliz en el que hemos vivido. 2023 ya no es únicamente un nuevo año. Es algo más, el principio de una humanidad diferente, más que extraña a sí misma.

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