Tropezones

La palabra en la diana

Susie Dent

Susie Dent

Lamberto Wägner

Lamberto Wägner

Me han traído los Reyes Magos, recogido a su paso por el Reino Unido, un fascinante libro de la filóloga Susie Dent sobre la génesis y etimología de las palabras inglesas, muy en el estilo de las curiosidades del español de nuestro añorado Lázaro Carreter comentadas en su periódica columna «El dardo en la palabra».

Y uno no sale de su asombro ante la versatilidad, la inventiva y la maleabilidad del idioma inglés a la hora de manipular sus palabras, como si de un juego se tratara. No sólo son utilizadas en su sentido tradicional, sino como piezas de un puzzle donde se combinan los elementos como los pedazos de un lego o las partes de un mecano, hasta lograr un vocablo inesperado por su originalidad y frescura. Es este un malabarismo con los términos típico de la lengua de Shakespeare, y tan antiguo como el propio literato. Por tomar unos ejemplos, ya su coetáneo John Milton en el “Paraíso perdido” nos regala vocablos como «politicastro», «exhilarante», «pandemonio» o «querúbico», sin contar los casi seiscientos neologismos que se le atribuyen.

Pero es que esta afición por tratar los vocablos como si fueran plastilina se conserva hasta nuestros días, y es incluso fomentada en los colegios, como un ejercicio de la imaginación en la forja de chascarrillos o juegos de palabras sin duda tan beneficioso para el intelecto como puedan serlo la gimnasia mental del aficionado a los sudokus o a los crucigramas.

No quisiera pecar de fantasioso, ¿pero no estará esta propensión a la flexibilidad del idioma en la ausencia, que desde aquí tanto se agradece, del lenguaje inclusivo?. El inglés posee aquellas palabras que se echan de menos en otros idiomas para diferenciar por ejemplo la identidad sexual, no viéndose así abocado a la ambigua utilización del plural masculino como genérico inclusivo de ambos sexos.

Como ya me huelo que me puedan pedir cuentas por tanto elogio del inglés , me apresuro a precisar que tanta habilidad, casi lúdica en el manejo del lenguaje, no llega a redimir el pecado capital de este idioma: su diabólica pronunciación. Parece como si hubiesen ejercitado sus meninges, tan fértiles a la hora del vocablo, en inventarse el caos que sobreviene a la hora de pronunciar dichos vocablos, rebeldes a cualquier norma civilizada o medianamente lógica en su articulación. Palabras ortográficamente distintas articuladas igual o vocales idénticas con pronunciación variable e imprevisible, pueden volver loco a cualquier espíritu cartesiano.

Y aquí si que no me duelen prendas a la hora de poner en la picota a este paradójico idioma, para ensalzar paralelamente al idioma español, ejemplar en su clasificación de las palabras en llanas, agudas y esdrújulas, con lo que no sólo facilita la correcta pronunciación de cualquier texto, sino que lo hace incluso sin que el lector tenga por qué conocer el sentido de lo que está leyendo.

Y si no, hagamos el siguiente experimento. El día del libro, en el aniversario de la muerte de Cervantes, se suele dar a leer el Quijote a personas vinculadas a la cultura, que a lo largo de dos días van despachando su lectura. Pues bien, pongan a un inglés a cumplimentar el rito durante un capítulo. Estoy seguro que pese a lo difícil de dicha tarea, sobre todo si rizamos el rizo con un lector que no sepa español, apuesto a que se podrá entender lo que está leyendo.

Hagan ahora la prueba inversa, y si quieren reírse un rato, pongan a un español sin conocimientos de inglés a leer un soneto de William Shakespeare. Ya me contarán.

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