Un carrusel vacío

La gran telenovela del mundo

Shakira, en el videoclip de la sesión con Bizarrap.

Shakira, en el videoclip de la sesión con Bizarrap.

Marina Casado

Marina Casado

Ha transcurrido más de una semana desde que Shakira lanzase su nueva canción para ajustar cuentas públicamente con su exmarido y provocara un auténtico incendio en Internet, aunque las llamas se hayan ido extinguiendo. Al fin y al cabo, vivimos en plena “era de la comunicación”: la importancia de los acontecimientos es efímera, las noticias se suceden a la velocidad de la luz y lo que hoy es el bombazo quizá ya no será recordado en siete días. No obstante, he de confesar que incluso yo, que siento una casi total indiferencia hacia la música contemporánea, acabé escuchando la canción y ojeando las opiniones de unos y otros: los que defendían a Shakira y aquellos que la criticaban por falta de elegancia y por darles una mala imagen a sus hijos, por exponer su intimidad ante el mundo, etc.

Esto no es una cosa nueva. Los artistas llevan siglos utilizando la música o la literatura como canales para expresar sus amarguras amorosas, aunque es cierto que hoy, con las redes sociales, la capacidad de propagación se ha incrementado notablemente. Sin salirnos del panorama musical español, podemos recordar que en 1980, por ejemplo, vio la luz uno de los temas más célebres de Julio Iglesias, “Hey”, que fue un dardo envenenado contra su exmujer, Isabel Preysler, quien, por cierto, también ha dado mucho de que hablar en el último mes a causa de su separación del escritor Mario Vargas Llosa. Iglesias le lanzó un mensaje bastante directo en su famosa canción y toda España era consciente: “No vayas presumiendo por ahí, diciendo que no puedo estar sin ti, ¿Tú qué sabes de mí? Ya sé que a ti te gusta presumir, decir a los amigos que sin ti ya no puedo vivir”. Hay que admitir, sin embargo, que la composición tenía bastante más calidad que lo nuevo de Shakira, le pese a quien le pese.

Y es que a la hora de ajustar cuentas con un examante, existen muchos grados de elegancia –y contribuye también el talento, claro–. A veces el mensaje no pretende ser una venganza, sino un último acto de amor. Cambiemos de tercio y trasladémonos ahora a la literatura; concretamente, a 1934, cuando Luis Cernuda publicó su poemario Donde habite el olvido, en el que expresa su melancolía y su desesperanza tras la ruptura con Serafín Fernández Ferro, un jovencísimo gallego que lo había abandonado tras una tormentosa relación. En el libro no hay referencias explícitas al muchacho, pero sí numerosas menciones a un “arcángel” cruel y adorado, y el dibujo de una serpiente en la contraportada que tenía forma de “S”, la inicial de su nombre. Solo sus círculos más cercanos conocían el secreto. Y el mensaje no era rencoroso, sino amargo y hondo: “No solicito ya ese favor celeste tu presencia, / Como incesante filo contra el pecho, / Como el recuerdo, como el llanto, / Como la vida misma vas conmigo”.

Unos siglos antes, en el Barroco, nos hubiéramos encontrado con un especialista en el arte de verter las experiencias amorosas –tanto positivas como negativas– en la poesía y en el teatro: Lope de Vega, que utilizaba seudónimos para mencionar poéticamente a sus múltiples amantes. Y en el Renacimiento, todos podemos recordar al clásico en vida Garcilaso de la Vega, hombre de armas y letras que escribió sus famosas Églogas inspirado por su gran amor platónico: Isabel Freyre, dama de la reina de Portugal. Las dos pastoras de sus composiciones, Galatea y Elisa, se corresponden con Isabel en dos momentos diferentes de su historia. El amor no correspondido de la dama por el poeta soldado se refleja en Galatea, que castiga con su indiferencia al pobre Salicio, identificado con Garcilaso, al igual que Nemoroso, que llora la muerte de su amada Elisa, como Garcilaso lloró la prematura muerte de Isabel.

Rupturas, amores no correspondidos, rencores y frustraciones: ¿qué mejor que el arte para tratar de canalizarlos? Sin embargo, existe un abismo entre la voluntad de crear una obra que trascienda a partir de una mala experiencia vital y el simple afán de llamar la atención y conseguir visibilidad social. Habrá quien no esté de acuerdo con esta reflexión, pero veía necesario plantearla. Lo que sí es “nuevo” en esta época es nuestra forma de normalizar la exposición pública de la intimidad. Las redes sociales han conseguido que podamos ser testigos mudos de la vida de nuestros contactos, que publican fotos con sus parejas para mostrar su felicidad al mundo, mensajes de amor que en otro tiempo hubieran sido privados, imágenes de sus hijos –y esto me parece especialmente peliagudo en el caso de los menores–. Si Calderón viviera en este siglo, no hubiera escrito El gran teatro del mundo, sino La gran telenovela del mundo.

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