Reflexión

Estado de emergencia

Manifestantes se enfrentan con la Policía en el Parque Universitario durante la llamada 'toma de Lima' hoy, en Lima (Perú).

Manifestantes se enfrentan con la Policía en el Parque Universitario durante la llamada 'toma de Lima' hoy, en Lima (Perú). / EFE/ Str

Lucas López

Lucas López

El domingo 15 de enero, amaneció con Lima en Estado de Emergencia. Casi se puede decir que es la primera consecuencia evidente para los habitantes de la capital de la situación tormentosa en que vive la ciudadanía en el conjunto del país. «Hasta que no haya sangre en Lima no van a parar y hasta entonces, la presidenta no renunciará», asegura en conversación de mesa un compañero de comunidad. Ciertamente, nuestro barrio, hasta ahora, sigue con la misma vida que antes de que el presidente Castillo tomara la sorprendente decisión de disolver de forma inconstitucional el Congreso y de que la reacción de las instituciones acabara con él detenido y su familia en México. El ruido del barrio sigue siendo el mismo, con los comerciantes proponiendo sus productos, los autos y los mototaxis circulando en un caos relativamente ordenado y las bullas festivas de chiquillos y mayores hasta altas horas de la madrugada.

El ruido mediático sin embargo es otro. Hoy, un periódico limeño nos explica que, de acuerdo a sus especialistas, durante estos próximos días, los del Estado de Emergencia, no podemos llevar armas a las manifestaciones, ni agredir a la policía, ni resistirnos ante la acción de los agentes (obviamente, tampoco podemos hacerlo fuera del marco de emergencia) y nos advierte que se suspende la inviolabilidad del hogar por parte de la policía. En otros lugares del país, la cosa es más dura: se decreta la permanencia en el hogar entre las 20 horas y las 4 de la mañana siguiente, toque de queda.

¿Cuál es la misión de los medios de comunicación ante una situación social y política como la que vive Perú? El tratamiento en los medios limeños de lo que sucede no es monocorde, pero la visión mayoritaria, casi aplastante, se limita a considerar los actuales desórdenes como actos de terrorismo realizados por personas despreciables. Por si acaso, estos medios no dudan en señalar hacia la Presidencia como culpable de la mala gestión de la crisis mientras apuestan por mano dura y «defender Lima» de los presumibles ataques de los que consideran exclusivamente como furibundos e incivilizados manifestantes.

También hay, entre los medios, quienes apuntan a la complejidad de la crisis y tratan de ayudar a comprender lo que está pasando y a posicionar la ciudadanía a favor de una solución constitucional y dialogada de los conflictos en curso. Sin duda, la complejidad es característica esencial de aquello que está pasando.

Entre los medios que abordan el tema encontramos algunas piezas interesantes de análisis histórico cultural que refleja la pluralidad real de la sociedad peruana en la que, sin embargo, se ningunea a los grupos sufrientes de la población que se sienten más identificados con su comunidad étnico-cultural que con el país en su conjunto. Otras notas invitan a considerar el modelo económico como generador de un dinamismo vigoroso tanto de riqueza como de exclusión por el que una parte de la población goza de múltiples recursos y condiciones de bienestar y otra, mayoritaria, no puede más que recoger con lucha lo que cae de la mesa del banquete minero. Hay artículos que ponen el acento en la debilidad institucional tras el fujimorismo, haciendo notar que la Presidencia de la República se ha convertido en una profesión de alto riesgo en la que nadie puede alcanzar el final de su mandato y, con frecuencia, sufre consecuencias penales por su gestión.

Algunos medios toman también en consideración la problemática internacional. Los hay que señalan la inestabilidad regional en América Latina: la situación migratoria en Venezuela que presiona sobre el resto de sociedades, los conflictos étnicos en el sur de Chile y la confrontación entre grupos de la sierra y grupos del Chaco o la Amazonía en Bolivia, la difícil negociación de paz en Colombia, el problemático desequilibrio de Ecuador, la violencia instalada en México, la inestabilidad económica en Argentina, las tensiones políticas en Brasil, entre otros muchos problemas de la región. Por supuesto, también se analiza la problemática mayor que supera al continente: la crisis de decrecimiento de China, la guerra de Ucrania, las políticas antiinflacionistas de EE.UU. y la Unión Europea, la crisis medioambiental o la pérdida de fuerza y credibilidad de los valores democráticos en el mundo occidental. Seguramente a todo ello hay que añadirle, y no encontré notas claras sobre el tema, la creciente influencia del crimen organizado en casi todos los poderes públicos y también sociales. Me refiero a las nuevas formas de mafia que en ocasiones ocupa los tres poderes del Estado y en otras lo utiliza apostando a poner huevos en diversos canastos.

No basta, sin embargo, con explicar la complejidad. Los medios tienen también la misión de alentar soluciones dialogadas y respetuosas con la legalidad. El marco constitucional, incluso cuando se pretenda cambiarlo por otro que juzgamos mejor, debe ser siempre respetado y debemos promover los cambios con los propios procedimientos que la Constitución nos da para su reforma. Sin embargo, sabemos que el conflicto no se va a resolver sin presiones sociales. La impresión general de que el poder político está en manos de intereses ilegítimos lleva a buena parte de la ciudadanía a presionar en las calles, los medios, las instituciones y la sociedad civil con todos los recursos que están en sus manos. Es su derecho, que debemos defenderlo, pero la defensa del derecho a manifestarse no es la defensa de la rebelión; como el apoyo a la acción legítima de cuidado del orden público por parte de los agentes y de las fuerzas de seguridad no puede convertirse en el apoyo al uso ilimitado de una violencia desproporcionada y criminal.

¿Qué nos toca hacer desde los medios? Por supuesto, estar atentos a la realidad y describirla con la mayor precisión posible, tratando, no de ser imparciales, pero sí de no distorsionar o caricaturizar una realidad que ya es, por sí misma, difícil de entender. De otro modo colaboraríamos a la polarización social y al derramamiento de sangre. Además, nos toca alentar todas las iniciativas encaminadas a buscar soluciones dialogadas que no dejen a nadie fuera, que permitan la aportación de la población sufriente que no se siente escuchada y de las personas especializadas en los diferentes temas, generando así posibilidades y esperanzas en una sociedad que ahora no ve más salida que el enfrentamiento. Los medios son solo medios, ni somos los protagonistas ni tampoco podemos convertirnos en un elemento distractivo o engañoso. Nos toca decidir si somos puentes para unir en la búsqueda de soluciones o si nos orientamos a extremar las posturas y promover que la solución sea solo la del más fuerte.

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