Piedra lunar

Evocación de Pepe Alonso (El «perioco» y «Pepito Maya»)

Amigos de Pepe Alonso, durante el homenaje en la Casa de la Iglesias. En primer término, de espaldas, por la izquierda, José Miguel Álamo, Cristóbal Dénz, Jesús Pérez e Isabel Luján.

Amigos de Pepe Alonso, durante el homenaje en la Casa de la Iglesias. En primer término, de espaldas, por la izquierda, José Miguel Álamo, Cristóbal Dénz, Jesús Pérez e Isabel Luján. / Juan Carlos Castro

José A. Luján

José A. Luján

En el itinerario biográfico de cualquiera de nuestros lectores se han ido quedando impregnados en la memoria individual y con no poca frecuencia en la colectiva, una serie de eventos que aparecen de manera imprevista en el propio transcurso de los días y que se agarran a nuestro respirar como la yedra que trepa por el muro de piedra. Todo sucede desde los primeros años de raciocinio y que reconstruimos años más tarde desde el más remoto recuerdo hasta conformarlo, mediante una narrativa adulta, para compartir reflexiones. En ese cúmulo de hechos, aparecen desde el conocimiento de personas bien sea de manera individual o grupos sociales, hasta el estado de paisajes urbanos o rurales.

En fecha reciente, muchos de quienes fueron amigos de Pepe Alonso, al cumplirse diez años de su fallecimiento, realizaron un Encuentro para evocar su figura que congregó a un buen número de compañeros de diversa condición y de distintas épocas. El lugar del encuentro fue el patio del antiguo Seminario, en la calle Doctor Chil, en pleno corazón de Vegueta. Allí se dieron cita tres rectores de nuestra Universidad; profesores del ámbito teológico; miembros del Aula Manuel Alemán; profesores en educación secundaria; investigadores del conocimiento filosófico; periodistas, escritores y personalidades que se definieron en el marco del laicismo, y otras que llegaron a la vida de Pepe Alonso en época reciente y que quedaron enganchados a su discurso de compromiso cristiano e intercultural. Creemos que fue un acontecimiento no para enaltecer su figura sino para saber hasta dónde había llegado su discurso ideológico y su capacidad de convocatoria en los años que transcurrió su vida.

En este Encuentro se fueron desgranando de forma espontánea muchas vivencias compartidas, empatías reflexivas, ayudas existenciales o soportes espirituales. Hubo quien llegó a contar conversaciones productivas para seguir transitando por el camino de la vida, con manifiesto sentido revelador. Y también cómo fueron los primeros pasos de la relación que luego llevaron a una consolidada amistad.

Por azar del destino, que por limitaciones de tiempo no pudimos exponer aquella tarde evocadora, hemos de plantear que nuestro conocimiento de Pepe Alonso se remonta a la época en que apenas sabíamos hablar. El escenario era la Artenara de mediados del siglo pasado a donde llega la familia, unos padres con un hijo único, procedente de Arico en Tenerife. Don José llegó investido de la función de secretario del ayuntamiento, siendo mi progenitor el alcalde de la localidad. Esta confluencia de funciones hizo que la relación fuera muy cercana. Mientras el alcalde ideaba iniciativas para mejorar la calidad de vida de los habitantes del municipio, como la construcción de ocho escuelas; agua potable a domicilio; luz eléctrica servida por Unelco o el teléfono público, el secretario ponía en marcha la gestión administrativa que conllevaba estas obras.

En la casa del alcalde se recibía el periódico diario que venía en el coche de hora a las cinco de la tarde, y tras haberlo leído por jerarquía del cargo, había que llevarlo a la casa del secretario. Quien escribe estas notas, entonces con apenas siete años, era el encargado de llevar la prensa al secretario, cuya casa tenía un largo zaguán que marcaba cierta distancia del salón donde don José, junto con otros vecinos, jugaba a las cartas o tramitaba algunos documentos. El pequeño recadero se anunciaba, gritando desde el zaguán de manera repetida: ¡¡el perioco!!, ¡¡el perioco!!, ¡¡el perioco…!! hasta que alguien abría la puerta, con unos perrillos enredados entre sus piernas.

A Pepe Alonso, el único hijo de aquella familia venida de Arico, lo considerábamos nuestro hermano mayor. Para nosotros era el hijo de «doña maya» (doña Amalia) quien había traído de Arico una receta de bollos que se hizo popular en Artenara. Nuestras respectivas progenitoras se intercambiaban repostería chicharrera y carne de cordero que traían los medianeros.

Pepe Alonso hacía en su casa el Belén más grande del pueblo; un letrero en piedra en la Montaña de La Cilla («Viva la Virgen de la Cuevita»); cantaba romanzas de zarzuela en las comedias veraniegas y guiaba excursiones a Tamadaba.

La fase de formación en el Seminario la implementó de manera sucesiva con estudios de filosofía laica; estancias en la Universidad de Navarra; acciones de compromiso cristiano en el marco de la pastoral juvenil, y el Aula Manuel Alemán, que significa un escenario de pensamiento plural e innovador que es un legado que pervive en nuestro ámbito universitario.

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