ANÁLISIS

Un escritor bromista y por eso mismo muy serio

Lo definí en su día y lo vuelvo a definir ahora que se nos ha ido, como un escritor a secas, que se toma muy en serio a los lectores y a sí mismo

Un escritor bromista  y por eso mismo muy serio

Un escritor bromista y por eso mismo muy serio / Eduardo García Rojas

Eduardo García Rojas

A Alexis Ravelo Betancor (Las Palmas de Gran Canaria, 20 de agosto de 1971 - 30 de enero de 2023) le gustaban mucho las bromas aunque tuvo la virtud que no suele ser habitual en un bromista al uso, de reírse de sí mismo. Esta mirada burlesca no la transmitió, sin embargo, en la mayoría de sus novelas y cuentos ya que Alexis como escritor no tenía mucho que ver con el Alexis que se relacionaba con los demás.

Lo definí en su día y lo vuelvo a definir ahora que se nos ha ido, como un escritor a secas. Y un escritor a secas se toma muy en serio su trabajo porque se toma muy en serio a los lectores y a sí mismo. Sus lectores, por cierto, fueron legión no solo en las islas sino fuera de ellas. Vamos, que el autor de La estrategia del pequinés era reconocido y también muy querido en la península y fuera de las fronteras de este país que parece que se nos pierde. Pienso en Argentina, país que visitó para asistir a uno de esos encuentros de novela policíaca y de los que vino completamente encantado y si me apuran casi con acento bonaerense.

De aquel festival, de cuyo nombre no puedo acordarme, recuerdo que se trajo numerosos títulos, entre otros Chau papá, una novela negrísima que transcurre durante la dictadura argentina y que firmó Juan Damonte, un escritor que con solo una novela publicada, Chau papá, se convirtió en un autor de culto. Y culto a la palabra, a conversar de libros y películas, también de series, fue digamos que una constante en los encuentros que episódicamente tuve con Alexis, a quien consideré, casi desde que nos encontramos, en uno de los nuestros.

Otros podrán hablar mucho mejor de su, por fortuna, consistente bibliografía, pero sí me gustaría destacar que entre todos los libros que publicó, libros que más que leer, devoré porque suelo devorar más que leer los libros que me gustan, La estrategia del pequinés, que fue la novela que lo hizo conocido en el mercado nacional; La última tumba y Los nombres prestados, que fue la última que vio publicada en vida. Me gustan también las otras que nos legó, como las seis que dedicó a Eladio Monroy, pero son estas tres las que considero a mi juicio las mejores de su impresionante carrera.

Al margen de estas tres grandes novelas, historias que como muchas de las que imaginó están vagamente inspiradas en La jungla de asfalto para La estrategia del pequinés; El conde de Montecristo para La última tumba y N.A.D.A., de Jean-Patrick Manchette para Los nombres prestados, poca gente conoce que Alexis hizo lo humanamente posible para que la editorial en la que últimamente publicaba sus libros, Siruela, hiciera lo mismo con un clásico de la literatura canaria como fue Crimen, de Agustín Espinosa.

Si existe el cielo, y de momento nadie me ha demostrado lo contrario, estoy seguro que el bueno de Alexis tiene que estar tomándose un ron Aldea con el escritor surrealista tinerfeño mientras ven como el mundo de los vivos que está abajo, muy abajo, llora todavía desconsolado su repentino fallecimiento.

Si no recuerdo mal, Crimen, de Agustín Espinosa, es la novela que lleva encima en su peregrinar como huido por los bosques de La Palma Agustín Santos, el maestro con ideas de izquierdas al que persiguen los fascistas en Los milagros prohibidos. La ¿novela? de Espinosa, escribe Alexis en el prólogo, «justifica precisamente la presente edición de esa obra capital que origina, y, al mismo tiempo, el más grave de los crímenes de Agustín Espinosa: publicar en 1934, cuando ni la isla de Tenerife —donde se dio a la imprenta—ni España ni, acaso, el mundo estaban preparados para un texto así».

Pero no es momento de ponernos estirados porque, como dije al principio, quiero recordar a Alexis Ravelo como el formidable bromista que fue. Y así lo recuerdo hace apenas unas semanas en la tercera edición de Aridane Criminal, festival que llevaba dirigiendo desde hace tres años hasta que dijo basta y cedió el testigo para una cuarta entrega de la que aún es pronto para hablar. Y más cuando él ya no está entre nosotros.

El caso es que Alexis, y esto no fue ninguna broma, supo trascender el pequeño y estrecho universo literario canario para competir de igual a igual con otras literaturas españolas que cultivaban su mismo género, el negro y criminal, como el literario a secas. El que no necesita de etiquetas para saber que ahí dentro hay literatura. Y literatura de la buena.

Termino recordando una broma de Alexis que, a mi juicio, es muy literaria. Hace unos años se hizo pasar por un escritor de la edad de oro de la novela negra norteamericana, los años 30, llamado M.A. West. El título de la obra que había descubierto en una librería de viejo era El viento y la sangre.

Esta novela falsa o falsa novela pulp la publicó en su día Navona, cómplice de una comedia que pensaron que era verdad muchos críticos que aseguraron en su día conocer la producción literaria de un escritor que nunca existió salvo en la imaginación de Alexis. Cuando se descubrió el pastel, muchas de aquellas voces que se las daban de entendidas nunca le perdonaron la broma. Allá ellos porque como decía Boris Vian, otro escritor francés por el que Alexis sentía devoción, solo con la risa podemos tomarnos las cosas en serio.

Y con Alexis, con Alexis Ravelo siempre hubo muchas risas, que es una forma, ya lo escribió Vian bajo el seudónimo de Vernon Sullivan, de que quienes lo criticaron y ahora le lloran se lo tomen de una puñetera vez en serio.

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