ANÁLISIS

Los platos de los grandes chefs

Nos iba demostrando como, efectivamente, todo estaba inventado ya, pero no todo estaba dicho, faltaba lo que nosotros queríamos contar

La vida del escritor Alexis Ravelo, en imágenes.

La vida del escritor Alexis Ravelo, en imágenes. / LP/DLP

Marta García Rodríguez

—No creo en las musas, sino en las mesas —nos dijo mientras con la palma de la mano daba golpes sobre la que él tenía delante. —Si ustedes piensan que la escritura es cuestión de inspiración, están equivocados. La escritura es trabajo. Hay que escribir cada día y leer mucho, más de lo que ya lo hacen. Solo quienes han leído poco piensan que la genuina originalidad existe. Lean lo que sea: ficción, ensayo, poesía, hasta lo que les parezca aburrido o poco interesante. Decía esto mientras nos repartía unos folios grapados en los que nos recomendaba varias obras de 170 autores que él consideraba esenciales.

Desde mediados de la primavera y mientras iba naciendo el verano fuimos aprendiendo cada lunes: nos hacía reescribir, tachar, cambiar el orden, escribir en tercera persona, en primera, luego en tercera otra vez pero desde otro punto de vista. Leímos La epopeya de Gilgamesh, —es el primer libro que se escribió —nos dijo—, El lazarillo; Bartleby, el escribiente; El extranjero, La espuma de los días… Y así nos iba demostrando como, efectivamente, todo estaba inventado ya, pero no todo estaba dicho, faltaba lo que nosotros queríamos contar. Y nos animaba, se reía, nos corregía, hacía tachones y dibujaba flechas, llenaba la pizarra con las partes de la trama y desgranaba la de alguno de los libros que él había releído y yo no había ni abierto.

—Pongan la oreja en la calle, escuchen las historias de la gente, así van a aprender a escribir buenos diálogos, creíbles. Aunque no les parezcan historias o personas interesantes, pueden ser material literario: un gesto, una muletilla, una anécdota de otro tiempo… Estas son las cosas que hacen al personaje. Escuchen.

Cuando terminábamos las clases nos quedábamos en grupitos charlando por fuera de la academia, a disfrutar de la brisita nocturna de Las Palmas. Alguna vez fuimos todos juntos a tomar una caña y alguna otra lo llevé hasta su casa, ya no recuerdo si él no conducía o no tenía coche. Un día le dije que no me descargaba libros pirateados y me dio un beso en la frente.

Al terminar el curso, le pregunté que si me tuviese que recomendar uno de sus libros, cuál sería. Pensé que me iba a decir alguno de la saga de Eladio Monroy pero, aunque me dijo que a su primer libro le tenía más cariño que a ninguno, me recomendó Días de mercurio, que leí con avidez.

Con el tiempo seguí con todos los de Eladio, con Los milagros prohibidos, con el imprescindible La otra vida de Ned Blackbird, de cuya historia no me desprendí hasta meses después; siguieron Las flores no sangran, Los milagros prohibidos, Un tío con una bolsa en la cabeza…

Hoy volví a abrir la libreta que llevaba al curso, con las puntas abiertas ya, leí algunas de las notas que tomé rápido, con mi letra estropajosa. Volví a coger las fotocopias con los 15 consejos de escritura que redactó para los que fuimos sus alumnos y al leerlos me sorprendió comprobar que, a pesar del tiempo que ha pasado, me los sé, los interioricé. Y es que en cada clase él nos demostró con su gran talento y su sentido del humor que "no existen las recetas mágicas, pero sí existen las recetas y por eso es importante probar los platos de los grandes chefs".

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