El lápiz de la luna

Sobre el respeto a los demás

Espero transmitirles mi admiración y respeto hacia la lucha diaria que tienen que vivir en un mundo que aún no se ha dado cuenta de que todos somos únicos y ninguno diferente

Usuarios del transporte público se suben a un vehículo de Guaguas Municipales en la estación de San Telmo.

Usuarios del transporte público se suben a un vehículo de Guaguas Municipales en la estación de San Telmo. / ANDRES CRUZ

Elizabeth López Caballero

Elizabeth López Caballero

El otro día, durante un paseo invernal por Instagram, me encontré una publicación de APROSU (Asociación de Personas con Discapacidad Intelectual de Las Palmas) en la que denunciaban que, cuando hacían uso del transporte público de la ciudad como actividad de tránsito a la vida adulta y autonomía personal con los usuarios de la asociación, recibieron insultos por parte de una pasajera que se dedicó a decir, entre otros ataques discriminatorios, que las personas con discapacidad intelectual no debían usar ese tipo de medios de transporte, sino otro exclusivo para ellos. Algo que viene a ser estigmatizarlos y aislarlos de la sociedad nuevamente. Tuve que leer la publicación dos veces y comprobar que, efectivamente, había sido publicado por la entidad, para asegurarme de que no era un bulo. Porque juro que deseé con fuerzas que fuera un bulo, de esa forma no tendría que estar escribiendo esto ni preguntándome «¿Qué clase de sociedad somos?». La situación se puso tan violenta que el chófer tuvo que detener la guagua y llamar a la policía. No quiero ni imaginarme el dolor que sintieron las personas a las que iban dirigidos esos ataques y con estas líneas espero transmitirles mi admiración y respeto hacia la lucha diaria que tienen que vivir en un mundo que, por lo que vemos, aún no se ha dado cuenta de que todos somos únicos y ninguno diferente. Solo únicos, con cualesquiera que sean nuestras características. Y esa unicidad no da derecho a nadie a denigrarnos. No sé por qué la señora actuó así, no quiero entrar a juzgarla porque no soy quién. No conozco de su vida ni de su sufrimiento ni de su forma de ver al otro, pero me gustaría que todos, cada uno de nosotros, tuviésemos presente antes de hacer un juicio hacia una persona con una discapacidad, la que sea, que nadie está libre de verse en una situación de vulnerabilidad. Basta un derrame cerebral con secuelas para perder todas nuestras habilidades, ya sean motoras o mentales. Ni nosotros, ni las personas a las que queremos, estamos a salvo de sufrir una enfermedad que nos incapacite. ¿Nos gustaría que nos rechazaran o les rechazaran por ello? Obvio que habrán pensado que no. Quizá deberíamos salir a la calle con ese pensamiento, con el pensamiento de que somos vulnerables. De que cualquier revés de la vida puede bajarnos del pedestal que nos permite hacer y deshacer con soltura e independencia. Quizá deberíamos usar todas nuestras capacidades para ayudar a quienes no las tienen, ya sea cediendo un asiento en la guagua o teniendo paciencia cuando alguien entiende la vida más despacio, porque, ¿quién nos ha dicho que nosotros la entendemos más rápido? Eso es lo que creemos. Sin embargo, empiezo a pensar que estamos equivocados. Voto por poner de moda la consciencia de la fragilidad para ser capaces de empatizar con quien la necesite.

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