Reflexión

Carlos Saura y yo

El cineasta Carlos Saura.

El cineasta Carlos Saura. / ALBERTO ESTÉVEZ

Emilio Vicente Matéu

Emilio Vicente Matéu

Acaba de decirnos adiós Carlos Saura con sus noventa y un años recién cumplidos, y como cuando nos deja cualquier persona con relevancia positiva en la estela de nuestra vida, la primera sensación es de vacío y una cierta orfandad, esta vez en el universo de la cultura.

Personalmente nunca imaginé un punto de coincidencia directa con Carlos Saura, por cuanto ni su trayectoria personal y artística, ni la de mi propia vida, podían suponer un punto en común, aunque fuera tan menos significativo como el que aquí rememoro. Pero de vez en cuando la vida nos depara verdaderas sorpresas que, como es mi caso, me permito compartir con los lectores.

Hace ya muchos años (casi medio siglo) a su regreso de Italia un amigo me comentó que había tenido la oportunidad de asistir a la proyección de la película La Prima Angélica, dirigida por Carlos Saura, que había sido prohibida en España; y le había parecido que en ella sonaba un canto incluido en el LP que yo había publicado con el título de Cantemos Nuestra Fe. Era mi opera prima que había visto la luz en 1971.

Personalmente no di demasiada credibilidad a mi amigo, porque no cabía en mi magín que un personaje de la relevancia de Carlos Saura, mi admirado director de películas como La caza, Pippermint frappé, o El Jardín de las delicias, entre otras muchas, se hubiera fijado en uno de mis cantos de juventud. La verdad es que con muy poco convencimiento intenté indagar sobre el asunto, pero me resultó imposible acceder a la película; y sin más preocupación por el tema, lo sometí a un olvido voluntario, más inclinado a suponer que aquello hubiera sido confusión de mi amigo que nada tuviera que ver con la realidad.

Al cabo de los años, ya bien entrada la democracia, tuve ocasión de ver por primera vez la película. Asistí a su proyección con actitud expectante y una curiosidad un tanto incierta, en un pase seguido por poco más de la mitad del aforo de la sala. Y nada más comenzar la película, para sorpresa mía, como fondo sonoro de unas imágenes escabrosas por el efecto de un bombardeo, me sorprendió el canto El Señor es mi Pastor, con la música compuesta por mi e incorporada en aquel LP que publiqué en 1971. Me emocionó hondamente, y en algún momento hasta me permití una mirada a mis compañeros espectadores como invitándolos a celebrar que yo era el músico de aquella sencilla obra.

Disfruté la película de principio a fin, esperando que proyectaran los créditos de la misma con la ilusión de ver mi nombre proyectado en la pantalla. Pero para mi decepción, al final únicamente aparecía: El Señor es mi Pastor, interpretado por un coro infantil de Segovia (creo que era literalmente lo que decía). Confieso humildemente que mi ego artístico en ese momento se sintió herido, aunque también es verdad que esa pequeña herida cicatrizó enseguida al comprender que con autoría reconocida o sin ella, el solo hecho de estar ahí esa pequeña creación de mis años de juventud, incorporada a una obra nada menos que de Carlos Saura, suponía un gran un privilegio que me regalaba la generosidad de la vida.

A partir de ese momento emprendí unas leves gestiones en el intento de que, bien en los créditos de la película (asunto sumamente complicado) o al menos en la ficha técnica de la misma (tema mucho más accesible), se reconociera mi autoría de dicho canto. Me hacía mucha ilusión, aunque reconozco que solo era una cuestión de pura vanidad. En ello intenté comprometer a los representantes de las SGAE, dejando siempre claro que mi intención no revestía reivindicación económica alguna, sino solo el prurito de ver mi nombre incorporado a esa gran obra y junto a ese grandísimo director. Es cierto que siempre tuve la impresión de que mi solicitud no tenía demasiado recorrido, como así ha venido a ser; pero en el fondo tampoco es que me importe demasiado, porque lo realmente importante, lo que verdaderamente me importa, es que ese canto está ahí; que aun siendo un granito de arena nacido de mi hacer artístico, se encuentra unido a esa gran creación del director que ahora nos deja y al que siempre he admirado.

Es un honor para mi; pues aunque solo sea desde el anonimato, siempre podré presumir de algo que permanecerá para siempre entre Carlos Saura y yo. Gracias; muchas gracias, maestro.

Suscríbete para seguir leyendo