Al azar

Raquel Welch, patrona del cuerpo

Raquel Welch.

Raquel Welch.

Matías Vallés

Matías Vallés

Hace un millón de años me hubiera declarado rendidamente enamorado del cuerpo de Raquel Welch, hasta donde sólo puede lograrlo un adolescente. Ahora no sé cómo llamarlo, pero el sentimiento sobrevive y fue irrepetible. En el Museo de Ciencias y Medidas de París se conserva el metro patrón, contra el que han de compararse todos los subsiguientes. La prelatina Raquel Tejada exhibía la anatomía a la que debía medirse la mitad de la humanidad. Se le debe disculpar la frustración generada, mientras se acostaba desenfadada con los hombres más importantes de sus generaciones, a menudo sin necesidad de contarlo. Desveló en cambio que salía sin preservativos en el bolso, porque nunca lo hacía en la primera cita, ya fuera con Warren Beatty o con Bob Dylan.

Enloquecía a los hombres sin necesidad de contagiarse. La patrona del cuerpo detestaba su condición de infalible chica de portada, que arrancaba las revistas de los quioscos, pero pronto integró esta carencia en su rentable profesión de empresaria de su belleza. No existe un solo varón que no estuviera dispuesto a recibirla y admirarla, salía con hombres a los que aventajaba en décadas supuestas, porque su anatomía nunca alcanzó los 82 años de su DNI. Para meter su fortuna en cintura, tuvo que conservar ese diámetro de avispa hasta ayer mismo.

Hemos llorado en obituarios recientes a Anita Ekberg y Gina Lollobrigida, el cero absoluto de temperaturas y la energía nuclear, pero ninguna rival emitió la radiación simbólica de Raquel Welch. Lo cual debe escribirse con una coraza de prevenciones, porque todo lo que simboliza la actriz recién fallecida es hoy peor que un crimen, es un pecado. Aporta uno de los escasos ejemplos y ejemplares en que el erotismo anula a la pornografía, la prefiero en bikini blanco a sus harapos prehistóricos, presumía de haber operado tan solo la nariz que le heredó Linda Evangelista antes del bisturí. Raquel Welch nos enseña que tal vez el cuerpo no sea lo único que importa, pero también es lo único que tenemos.

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