Mirando despacio

‘Cuando era divertido’

Cabalgata del Carnaval en Gáldar

Cabalgata del Carnaval en Gáldar / LP/DLP

Adoro comenzar a escribir un nuevo texto. En cada hoja en blanco encuentro una nueva motivación, cada hoja genera en mí una mezcla de sensaciones. Energía y excitación, alegría y responsabilidad. El día que no me emocione, ya no será divertido.

En una fiesta, en el cole, en la familia,... la persona divertida desprende un magnetismo especial. Esa alegría contagiosa invita a los presentes a acercarse, a escuchar a la persona espontánea que hace reír aún sin saberlo. Conservar esa frescura a través de los años es poco habitual. El trabajo, las obligaciones, las dificultades propias de la vida hacen que perdamos la magia de convertir lo ordinario en extraordinario.

Hace unos días tuve la suerte de leer la última novela de Eloy Moreno. Cuando era divertido se presenta como una oda a preservar esos pequeños detalles simpáticos a lo largo de nuestros días. La vida es movimiento y Eloy aboga por introducir diversos condimentos para evitar que la rutina apague el entusiasmo y el amor. Una novela exquisita y ágil que nos presenta a una pareja al borde del abismo, nos dibuja el agujero negro por el cual se escabulle la pasión de su relación. Con la naturalidad que lo caracteriza, Eloy recrea la mirada de los protagonistas hacia el pasado, puesto que aferrarse a un presente estático ya no les convence. Una novela obligatoria para todas las parejas que están en crisis y para aquellas que desean salvaguardar lo que un día las unió. Una novela para descubrir también la importancia de comunicar nuestras necesidades, empatizar con el otro y aceptar lo inevitable. Trescientas deliciosas páginas repletas de metáforas y de aprendizajes entre líneas que nos instan a reflexionar sobre la que debería ser nuestra filosofía de vida.

En esta época de Carnaval lo tenemos fácil; nos ataviamos con nuestro mejor disfraz y nos lanzamos a la calle en busca de diversión. Piratas, brujas, payasos, superhéroes,… todos con un objetivo común: despojarnos durante un rato del «personaje» y adoptar el papel del protagonista elegido. Resulta paradójico que detrás de la máscara sea más fácil fluir y entablar conversación con conocidos y desconocidos. Es posible que la máscara de Carnaval deje caer la pesada careta que cargamos a diario. Ocurre entonces el milagro; volvemos a ser espontáneos, ligeros y divertidos. Nadie nos juzga porque es solo una fiesta y todos formamos parte de la coreografía. ¿Debemos esperar pues hasta la próxima ocasión festiva para deshacernos de nuestras corazas?

Sin embargo la vida no espera. Creo que nadie puede estar cómodo con el disfraz de persona «seria y respetable» todo el tiempo. Observo que mostrarse alegre y con un punto de locura está mal visto entre distintos sectores de la población. Quizá entre aquellos que hace años perdieron las ganas de ilusionarse. La carcajada, entre este tipo de personas, puede indicar síntomas de descaro o mala educación. Vivimos encorsetados para no desentonar y de esta forma olvidamos nuestra esencia; ese atrevimiento que tienen los niños y que los hace auténticos. Ese expresar lo que sienten sin tapujos y que los convierte en encantadores. Esos momentos divertidos que surgen en su presencia y que transforman en cuestión de segundos los enfados en sonrisas.

Debemos tropezarnos cada día con la creatividad para hacer algo original; despertar el asombro en el otro y en nosotros mismos. Sin duda, el mayor rasgo de inteligencia de una persona radica en esa capacidad para tomarse la vida con sentido del humor y buscar la alegría en los pequeños detalles. Tal cual envolvemos un regalo con el papel más vistoso y colorido, podemos adornar nuestra vida con gestos que impacten y hagan de todos los días una ocasión especial. Una sorpresa inesperada, un mensajito en el parabrisas del coche, una broma de buen gusto, una locura entrañable a mitad de semana… Cualquier idea es válida cuando se trata de conectar con la risa. No me gustaría acabar sin resaltar la frase con la que Eloy Moreno inicia su libro y que, ciertamente, nos impulsa a ponernos las pilas: «La rutina es otra forma de morir».

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