Reseteando

Chochez en Tamames

Ramón Tamames, en una foto de archivo del pasado mes de noviembre.

Ramón Tamames, en una foto de archivo del pasado mes de noviembre.

Javier Durán

Javier Durán

Tamames no arremolinará alrededor suyo una mayoría para desalojar a Sánchez de la Presidencia con una moción de censura, pero su gesto servirá para plasmar en pan de oro por dónde anda el malestar de la democracia con Vox en la parrilla del asador. El candidato de Abascal representa en estos momentos, dicho con todo el respeto que merece su avanzada edad y sus excelentes manuales de economía, la chochez en su estado más esplendoroso: hago lo que me sale de los huevos, aunque se monte un cirio no sofocable ni con agua bendita. El sujeto gagá no planifica por el Estado y sus poderes, sino que se le antoja el diseño de un epílogo donde el retro del comunista de porcelana autofumigado e higienizado acabe en el mismo escalón que las polainas de la ultraderecha. Misterioso último estertor, siempre en el cercado de las ideologías a fuego y sangre, del que no cabe hacer politología doctrinal. Tamames, ex de casi todo, ha implorado para su momento más chocho un minuto warholiano, acorde con la chillonería empalagosa de los colores de su ropa. Muchas vidas egregias que colapsan están plagadas de estadios y decisiones incomprensibles para el resto, algunas sumamente literarias pese al tinte trágico que las reviste. Pero así y todo no es óbice para que exalumnos octogenarios del catedrático (aquí en Canarias más de uno) se pregunten si esta traca no es otra cosa que la sepultura de una época, donde el fogoso líder del fascismo arrastra sin miramientos el crepúsculo de un hombre que nos ha ayudado a entender la difícil realidad socioeconómica de este país. Tamames calmará su ego volcánico con el perfil grotesco de una maniobra, que, según algunos, cuadra con el carácter frívolo de su evolución política. «¡No es esto, no es esto!», clamó José Ortega y Gasset contra la falsificación de la Segunda República. Contra la cosificación de Tamames, sólo cabe exclamar: «¡Pero no así, pero no así!». Su penúltimo destino, siendo como es un bon vivant, no deja de poner una decoración amarga y truculenta a su travesía mareante.

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