Aula sin muros

Fútbol, sentimiento y furia

Alfredo Di Stéfano, Johan Cruyff, Diego Armando Maradona y Edson Arantes do Nascimento Pelé.

Alfredo Di Stéfano, Johan Cruyff, Diego Armando Maradona y Edson Arantes do Nascimento Pelé.

Paco Javier Pérez Montes de Oca

Buenos Aires es la patria del tango, la mejor literatura y en la Capital federal se encuentra la calle de mayor número de teatros por metro cuadrado del mundo. Pero, en este tiempo, me ha tocado vivir el tsunami albiceleste que apasiona y abduce a toda la clase social argentina. Intelectuales, mujeres y hombres de diván psicoanalítico mensual hablan de que la gente necesitaba algo a que agarrarse, una alegría colectiva que la hiciera olvidar las periódicas crisis del país que, a principios del siglo XX, era el Dorado para emigrantes europeos, canarios entre ellos y que en el año 2022 ha padecido una inflación de cerca del 100 % y la canasta (cesta) de la compra ascendió al 120%. Puede suceder que un paquete de manteca, mantequilla que, a la mañana cuesta 600 pesos, a la tarde cueste 800. Las remeras de los ídolos que campeonaron en el Mundial de la polémica se agotaron en las camiserías a precios desorbitados y truchas o no los villeros, pobres de solemnidad, las llevan puestas, con sus hijos, mientras arrastran carromatos, tirados por famélicos jumentos, con chatarrería y trastos. El rosarino Messi levantó la copa que resultó ser una copia hecha por una diseñadora argentina y que en Instagram produjo 75 millones de “me gusta”, el más alto de la historia de la red. Todos concuerdan que Messi, es y ha sido el mejor jugador del mundo y sus seguidores (fanáticos en argentino) le seguían disparando los celulares hasta que desapareció en el auto por las puertas de seguridad hacía su mansión sita en un barrio construido y prohibido para no mortales. Tanta pasión futbolera prendió en la gente que, para engrandecer un acto, un acontecimiento o persona se ha inventado la palabra “golazo”. Pero, muere el astro rey Pelé y abre apasionados debates de quien ha sido el mejor. Alguno, al que me adhiero como amante y practicante que he sido del deporte rey, comenta que cada uno ha sido el mejor en su tiempo y contexto. Y se cuentan y pasan videos de las maravillas con el balón de Di Stefano, Pelé, el portugués Eusebio, Bobby Charlton, Johan Cruyff, Maradona, Cristiano Ronaldo, Ronaldo “el gordo” o el mejor defensa de cierre el alemán Franz Beckenbauer. Por cierto, en un programa televisivo de los mejores en su puesto en la historia de la liga española, se olvidaron de citar al de Arucas, el malogrado Tonono, el hombre del toque sereno, de seda que sacaba el balón jugado desde atrás y marcaba al contrario sin darle una patada. La palabra que define, hoy, a todos los clubs de fútbol y se rotula en pancartas e inmensas sábanas que cubren los fondos de los nuevos y flamantes anfiteatros del futbol, construidos por permutas o ventas millonarias de los viejos, como solares, para construir rascacielos y bolsas de pelotazos la de “es un sentimiento”. Hasta los políticos la pregonan como discurso identitario en recepciones a los equipos con motivo de un trofeo o éxito ganado en el césped y que se apropian como suyo. Los de antes detestaban el fútbol como opio del pueblo y los de ahora lo expresan como un valor cuando la mayoría lo más redondo que han visto ha sido una mesa de noche. La palabra sentimiento deriva del latín intimus que significa interior, lo que está dentro, más al fondo. De aquí pasión y el extremo: furia. Un rasgo emparentado con la cólera, la ira, furor que el Diccionario Panléxico asocia a “rasgos muy próximos a las bestias salvajes”. Entonces aparece el odio al rival que no es un adversario que hay que “tumbar” de manera deportiva y caballerosa como los luchadores isleños en el terrero, sino un enemigo. Así surgen las bandas, tribus iracundas que se pelean en los alrededores de los estadios y los insultos, racistas o no, en las gradas. Las barras en Argentina, los hooligans en Reino Unido, los ultras en España, azuzados por los propios presidentes y directores generales. De esta manera hombres, pacíficos padres de familia, se convierten en energúmenos y agreden al entrenador rival de un equipo infantil. A propósito, seguro que muchos recuerdan de como en el viejo Estadio Insular se aplaudía a los jugadores que marcaban una belleza de gol, luego se pasó al silencio hoy, en imitación gregaria, directamente se le insulta. Una vez dijo Cristiano Ronaldo, quizá asesorado por alguien de su entorno que, aficionados en paro, en conflicto familiar, tenían derecho a desfogarse contra él desde el graderío. En este sentido, las ciencias de la Psicología y la Sociología apuntan que el futbol obra como catarsis colectiva y antídoto contra las frustraciones. El ya famoso dicho del poeta latino Juvenal de” pan y circo”, traducido al tiempo actual como “pan y fútbol”. Sin duda que, a este clima de pasión inquebrantable, furia desatada, y que, a toda costa, ¡“ganen los nuestros!, aunque sea de penalti en el último minuto” contribuyen los medios en los que algunos periodistas y tertulianos se enfundan la camisola del equipo de sus amores y la culpa de la derrota la tiene la mala suerte, los fallos defensivos groseros, (que algunos hay, seguro) o el árbitro. Al mérito del contrario es cosa de minoría. En cierta ocasión escuché a un tertuliano de Barcelona, en una emisora puntera, que “todo niño culé debe nacer con el odio al blanco”. Está claro, inoculación violenta desde el nacimiento. Así, nadie se extrañe que aparezca el muñeco de un jugador con una pancarta, a mayor escarnio negro, colgado de un puente. La jurisdicción habla de un delito de odio. Pero, también la educación en valores (aquí sí que está bien aplicado el término) de tolerancia y respeto desde la familia y la escuela.

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