Desde la sala

Tiempo de conversión

Myriam Z. Albéniz

Myriam Z. Albéniz

Coincidiendo casi con el primer aniversario del inicio de la guerra de Ucrania, acaba de comenzar la Cuaresma, tiempo litúrgico dentro de la Iglesia Católica en el que los cristianos nos preparamos para vivir el Misterio Pascual: la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, fundamento y verdad de nuestra fe. Se trata de una época en la que se nos invita a volver la mirada a Dios, una etapa de perdón y de reconciliación, de purificación y de renovación, de reflexión y de conversión. Y es que, ante situaciones tan dramáticas como un conflicto bélico o un fenómeno de la naturaleza que asola y destruye ciudades enteras, resulta muy pertinente tomar conciencia de la caducidad y fragilidad de nuestra existencia, sin que ello deba asumirse como un mensaje de desesperación. Por el contrario, se alza como una gran oportunidad para conocer, reconocer y agradecer nuestros dones, más allá de ser creyentes.

Así, cuando me asomo a diario a las portadas de los periódicos y constato que habito en un planeta convulso donde las crisis de valores, las desigualdades sociales y los enfrentamientos de toda índole, lejos de disminuir, se incrementan a pasos agigantados, hallo también noticias satisfactorias que me llenan de esperanza, figuras de muchos otros hombres y mujeres valientes que, portando el mensaje cristiano como inspiración de su entrega, encarnan potentes faros de luz para contrarrestar algunas de las tinieblas del universo. Sólo desde esa mezcla explosiva de coraje y fe puede explicarse la decisión de miles de seres comprometidos, tanto religiosos como laicos, que salen de su tierra y dejan atrás a sus familias para acudir a los enclaves más recónditos de la tierra a servir a los otros, a los invisibles.

Su generosidad, grandeza de espíritu e inquebrantable amor por los demás les impulsan a emprender la revolución más pacífica de todas: dedicar la vida al prójimo. Pero no a cualquier prójimo, sino al más castigado por las circunstancias. Al carente de salud, de higiene, de educación, de trabajo y de afectos. Llaman a su puerta chapurreando idiomas impronunciables, pateando aldeas alejadas de la civilización, luchando contra el recelo y la incomprensión de propios y extraños, y soportando en silencio los ataques injustos de esos ideólogos de despacho que desprecian cualquier iniciativa con origen en la Iglesia y en la cruz. Por desgracia, la solidaridad realizada en nombre de Cristo ha de colocarse bajo sospecha y, paradójicamente, los justos de hoy deben continuar pagando las facturas de los pecadores de ayer, hayan transcurrido milenios, siglos, décadas, años, días o minutos. 

No seré yo quien niegue los abusos y atropellos cometidos en el seno de la Iglesia Católica a lo largo de la Historia. De hecho, los repudio al máximo, tanto en público como en privado, pero ello no me impide reconocer también la admirable labor que desde su creación lleva a cabo en beneficio de infinidad de personas. Sin embargo, no parece que existan muchos de estos modernos intelectuales que hayan acogido a niñas violadas y embarazadas en Asia y les hayan dado cobijo. Ni numerosos sesudos filósofos que hayan alfabetizado a cientos de alumnos y alumnas en miserables escuelas de América Latina. Ni tampoco demasiados reputados científicos que se hayan arriesgado al contagio del virus del ébola en poblados del África negra. 

En cualquier caso, ese sentimiento de caridad que lleva nutriendo con potencia a multitud de misioneros y voluntarios desde tiempos inmemoriales se mantiene inquebrantable y así seguirá, sin duda alguna, hasta el final. Por ello, desde esta plataforma de la palabra escrita, manifiesto hoy mi más profundo agradecimiento a estos seres humanos con un corazón tan grande como para ir a evangelizar hasta los confines del orbe sin temor a poner en riesgo su propia existencia, esforzándose, aun en los peores escenarios, por construir un mundo mejor, y dando ejemplo de vida sin pedir nada a cambio.

www.loquemuchospiensanperopocosdicen.blogspot.com

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