Un carrusel vacío

La oscura sombra de la «nuevalengua»

La oscura sombra de la «nuevalengua»

La oscura sombra de la «nuevalengua»

Marina Casado

Marina Casado

¿Quién no se acuerda de Matilda? Aquella niña brillante creada por Roald Dahl que devoraba libros y coqueteaba con la telequinesia, que fue adoptada por su profesora, la señorita Honey, porque sus padres biológicos eran demasiado estúpidos y mezquinos para permitirle desarrollarse intelectualmente. A Matilda le gustaba leer a Joseph Conrad y Rudyard Kipling, entre otros autores. Pues bien, en Reino Unido, a punto ha estado de no poder leerlos más, puesto que pretendían sustituírselos por John Steinbeck y Jane Austen. ¿Significa esto que Roald Dahl decidió repentinamente cambiar los gustos de su personaje? La respuesta es un rotundo no, puesto que falleció en 1990. Entonces, ¿quién tuvo la osadía de decidir que a Matilda ya no le iban a gustar El corazón de las tinieblas o El Libro de la Selva?

Puffin Books, el sello infantil de la editorial británica Penguin, y la Roald Dahl Story Company son los responsables de la modificación, que finalmente no se ha llevado a cabo. Sin embargo, la perspectiva se antoja inquietante. Alegaban que Conrad y Kipling han sido acusados de «imperialistas» y «supremacistas» y no constituyen un buen ejemplo para los niños que lean la novela de Matilda. Pero este es uno de los muchos cambios absurdos que iba a sufrir la obra de Roald Dahl en Reino Unido. La semana pasada, el mundo y yo nos quedamos estupefactos leyendo las noticias. Resulta que estos censores contemporáneos consideran que la obra de Dahl ya no se ajusta a los valores sociales y morales de la actualidad y, «para que los niños puedan seguir disfrutando de su lectura», sería necesario realizar cambios. Por ejemplo, modificar los gustos literarios de Matilda o cerciorarse de que Augustus Gloop, uno de los personajes más cómicos de Charlie y la fábrica de chocolate, ya no va a ser gordo, sino «grande». En Las brujas, incluso querían añadir comentarios, como el que explica que hay muchas razones por las que las mujeres pueden llevar peluca, a pesar de que sea uno de los rasgos para distinguir a las brujas. Suprimir cualquier insulto o palabra malsonante y que los Oompa Loompa ya no fueran «hombres pequeños», sino «personas pequeñas». Todo en pos del «lenguaje inclusivo», por supuesto.

Por ahí dicen que es el colmo de la corrección política; otros lo comparan con la censura ejercida en la novela más famosa de Orwell, 1984, donde el Gobierno llegó a prohibir los libros. En dicha obra, las autoridades dedican sus esfuerzos intelectuales a la creación de la «nuevalengua», un idioma que parte de la «viejalengua” o inglés estándar pero que reduce, en la medida de lo posible, el vocabulario, eliminando del diccionario palabras como «libertad», «justicia», «honor», «política»… Si no existen esos conceptos, los individuos no pueden concebirlos. Sustituyamos «nuevalengua» por «lenguaje inclusivo», aplicado a casos como el de la obra de Roald Dahl o la de Agatha Christie, que fue podada hace poco –por ejemplo, su famosa novela Diez negritos fue rebautizada como Y no quedó ninguno–.

¿De verdad creen que por eliminar la palabra «gordo» los niños contemporáneos van a dejar de usarla o de comprender su significado? Y voy más allá: ¿quién es esta gente para sentirse con el derecho de cambiar la literatura producida por grandes maestros y directamente borrar del mapa la de otros? El problema es que Roald Dahl, al igual que Agatha Christie, sigue produciendo dinero. Los niños continúan disfrutando con Matilda, Las brujas o Charlie y la fábrica de chocolate, por mucho que los censores acusen a Dahl de misoginia, racismo o antisemitismo. Yo no quiero entrar en ese jardín; considero que es necesario separar al autor de su obra y saber contextualizar en el tiempo. De otro modo, tampoco podríamos leer a Quevedo, por ejemplo. Nos tendríamos que deshacer de la mayor parte del arte creado desde los orígenes de la humanidad, por no ajustarse a nuestras mentalidades actuales. Como Matilda sigue siendo una fuente de ingresos para las editoriales, no se puede borrar del mapa, por mucho que su autor sea el diablo personificado, según estos gurúes de la moralidad.

El mundo, por suerte, se ha indignado, y ha acabado triunfando el sentido común, casi por aclamación popular. Pero, ¿qué ocurrirá la próxima vez? Es inevitable pensar que estamos tomando, como sociedad, un camino muy siniestro. Estos tenebrosos ideólogos quieren formar niños simples, desgarrar las alas de la imaginación. Son como los adultos estúpidos retratados por Dahl. Señores, dejen que Matilda lea lo que le dé la gana. Dejen que leamos lo que nos dé la gana.

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