Observatorio

Cuando la víctima cambia de cole

Cuando la víctima cambia de cole

Cuando la víctima cambia de cole

Joan Cañete Bayle

Un aspecto estremecedor de las tragedias de las gemelas de Sallent y del adolescente de la Ràpita es que no es difícil imaginar el infierno que sufrieron estos menores en su centro educativo, hasta el punto de querer quitarse la vida. Seamos sinceros: que levante la mano quien de niño y adolescente fue testigo en las aulas de acoso y abuso al débil, al diferente, al que tartamudea, al que cojea, al que es lento, al que lleva aparatos en los dientes, al que es nulo en gimnasia, al empollón, al que le cuesta, al que viste raro, simplemente al que no sigue la norma. Que levante la mano el que calló o lo toleró o lo incentivó o se rio. Que levante la mano el que hizo la vida imposible a otro estudiante, el que se burló, el que fue cruel a sabiendas. Para este MeToo no parece que haya llegado aún la hora.

Dicen los expertos que alrededor de uno de cada cuatro menores sufre bullying en escuelas e institutos, lo cual significa que uno de cada cuatro de nuestros adorables niños y adolescentes son acosadores y abusadores. Si se tiene en cuenta que el acosador no actúa en solitario ni se desarrolla en el vacío, no es aventurado afirmar que dos o tres de cada cuatro de los menores han cometido o participado o tolerado o al menos han sido testigos de actos de abuso y acoso en las aulas y, de un tiempo a este parte, en los grupos de Whatsapp, el jardín 24/7 del abusador que ya no queda circunscrito a las limitaciones físicas de las cuatro paredes del aula. Hoy se puede ser cruel en cualquier momento en cualquier lugar.

El bullying es uno de esos problemas que, por ser responsabilidad de todos, no lo es de nadie. La responsabilidad es de ese ente, «la sociedad», a la que es tan cómodo culpar de todo lo que funciona mal. Si bajamos al detalle, las responsabilidades se mezclan con las impotencias y el y tú más. Las familias suelen apuntar con razón a la escuela y a las autoridades políticas. Exigen la redacción y el cumplimiento de protocolos, y que desde las direcciones educativas se actúe con celeridad ante el mínimo indicio o la primera denuncia de un caso de bullying. Desde las escuelas e institutos defienden, también con razón, que la crónica falta de recursos impide seguimientos personalizados, que un profesor no es un experto en resolución de conflictos, que no hay capacidad para escuchar todo lo que se dice en el patio o todo lo que se escribe en el chat de Whatsapp de la clase, que desde las familias no se contribuye a que la autoridad del profesor sea indiscutible a ojos de los menores. Los expertos en pedagogía y psicología aportan otros acertados e interesantes argumentos al debate: que los límites, la gestión de la frustración, el recurso a la violencia y el respeto a los diferentes los niños los traen, o no, de serie de su casa; que los acosadores también son menores, y que    tienen sus propios problemas que hay que abordar y tratar; que una sociedad violenta genera niños violentos, igual que una sociedad machista genera niños machistas y una sociedad racista genera niños racistas. ¡Ay, la sociedad!

Y, dado que la sociedad no hay quien la cambie, curso tras curso, año tras año, los menores sufren situaciones de abuso, acoso y humillaciones en un lugar, su escuela y su instituto, que debería ser el más seguro de sus entornos después de sus casas. La crueldad persiste, sobrevive a las generaciones, a las modas y a los profundos cambios sociales. Los niños eran crueles cuando la tele era en blanco y negro y hoy cuando tienen a su disposición el mundo en una pantalla; cuando la mayoría de madres los esperaban con la merienda en casa y cuando se han convertido en niños llavero; cuando el pensil era florido, cuando cursaban EGB, BUP y COU y cuando llegan a Secundaria a los 12 años.

Lo que no cambia es la permisividad con el abuso en la escuela. No desaparecen frases como «es cosas de niños», ni la defensa cerrada de los padres a sus hijos, ni la sensación de que cada caso es un asunto particular y no de todos. En una sociedad que avanza en la lucha contra el racismo, por la igualdad y los derechos LGTBI, en las aulas se sigue poniendo el foco en la víctima del bullying. Ni el acosador ni su familia tienen un problema cuando hay un caso de abuso continuado en el tiempo en la escuela, el problema es de la víctima y su familia. ¿La mejor prueba de ello? Que quien cambia de centro escolar siempre suele ser la víctima. Recordemos los números: uno de cada cuatro menores son víctimas. ¿Cuántos son los verdugos?   

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