Es toda una institución en la isla grancanaria ese portentoso puchero de las siete carnes. Un cocido en toda regla heredero de la medieval olla podrida por «poderida», fuerte e intensa y de marca judía, cuando los judíos sefardíes utilizaban como base de su alimentación el garbanzo acompañado, en ocasiones, por el cordero y la gallina, todo un suculento producto culinario.
Actualmente en España hay variedad de cocidos con marchamo de calidad contrastada y el puchero canario es uno de ellos. Y aquí, en estos territorios insulares de sol y sensaciones, la cocina es un exponente de pujanza, vida y libertad. Y un gran adalid de ese puchero de las siete carnes es el sabio gastrónomo Mario Hernández Bueno, historiador culinario y un gran empecinado en la promoción de los productos canarios allende las fronteras de su archipiélago.
En la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria surgió una entusiasta cofradía dedicada a este puchero sabroso y contundente que hace años probé con motivo de un congreso de prensa turística en el afamado hotel Santa Catalina. Y en ese recordado condumio no faltó la sopa reina con el tumbo de verduras-col, zanahoria, bubango, papa, habichuela, calabaza y ñame- y el tumbo de carnes y embutidos con el chorizo, tocino ibérico, ternera, costillas de cochino negro, gallina machorra, cordero, pichón y perdiz. Incluyendo el gofio escaldado con sus cabrillas, mojo de cilantro, vinagre de macho y las populares papas negras arrugadas con mojo colorado. Amén de los estupendos quesos artesanos grancanarios de oveja, cabra y vaca, siempre apoyados por el dulce de guayaba. Pantagruélico menú y una gran acogida por parte de Mario Hernández Bueno y los organizados cofrades.
En esta comida de recepción estaba mi paisano y magistrado César García Otero, un defensor a ultranza de la gastronomía local y enorme impulsor de esta galana cofradía del puchero de las siete carnes. Desgraciadamente César falleció en tiempo de pandemia afectado por una rápida enfermedad con la juventud por montera y la amistad,el trabajo de jurista y la familia como base capital de su existir. En el mejor vivir, morir y ante esta tragedia inesperada, sus amigos cofrades quieren dedicar el próximo encuentro culinario a este mozo asturiano de corazón grancanario culto, abierto que concitaba la voluntad de todos y un enamorado de los placeres vitales y de las cosas bien hechas. Un recordatorio sincero que servirá para mantener siempre la figura egregia y ejemplar de César como alma práctica y eficaz para la buena marcha del colectivo culinario. Y en este próximo encuentro también habrá un recuerdo póstumo para el empresario de la distribución de alimentos y bebidas Joaquín Galarza. En esta isla se vive a fondo la historia de la cocina y sus productos emblemáticos y la cofradía del puchero de las siete carnes se encarga desde hace más de 30 años de proyectar la calidad de los ingredientes domésticos con su garbanza casi extinta, con debates y sesiones culinarias para fomentar el rico acervo gastronómico de estos entornos.
La ausencia de César se ha dejado sentir notablemente y su recordatorio va parejo al disfrute amigo de esa olla grancanaria que alivia y consuela corazones rotos por la impotencia de una muerte sorpresiva y temprana. Bien por César, que a buen seguro estará disfrutando en ese paraíso ignoto, de las bondades de una felicidad eterna con el puchero local de trasfondo bíblico y los efluvios sonoros de una sinfonía inacabada.