Flaco favor

Flaco favor.

Flaco favor.

Meryem El Mehdati

Meryem El Mehdati

Hace cinco años del 8 de marzo en el que el feminismo reventó las calles de España. Yo fingí estar enferma en el trabajo porque no podía perder el dinero que te descontaban del sueldo si ibas a la huelga. Lo considero activismo de incógnito. En la oficina nos regalaron un neceser o un cactus a las mujeres, no me acuerdo del todo porque tiendo a desconectar cuando algo me parece bochornoso. Mi cuerpo está ahí, frente a mi interlocutor, pero mi mente… Mi mente se traslada a otro sitio. Mi jefa de por aquel entonces me ofreció como voluntaria para formar parte de un comité que organizaba eventos para quienes trabajaban allí en la oficina. Todas las integrantes de ese comité eran mujeres que dedicaban algunas horas de su jornada laboral a buscar hoteles, contratar cáterings y acomodar gustos y preferencias ajenos. Nunca nadie le vio pegas, y si se las vio no dijo esta boca es mía. La única vez que protesté en una de esas reuniones fue cuando se decidió que aquel 8 de marzo de 2018 se le iba a hacer un regalo a los hombres también, para que no se sintieran mal por no recibir nada. Esto sí lo recuerdo porque salí de allí con una sensación humeante en el pecho, como si el tórax se me estuviera incrustando en las vértebras de pura vergüenza ajena. En ocasiones me pregunto si la persona con la que tuve esa conversación vuelve a esos recuerdos y siente pudor o algo similar. Sospecho que no. A la propuesta: «Podemos tener un detalle con ellos el 19 de noviembre, día del hombre», su respuesta demoledora: «No todos los hombres son padres, Meryem». ¿Cómo se rebate algo así? Una no encuentra las palabras, parpadea, cree que está participando en un programa de esos de cámaras ocultas. En el caso de caer en unas arenas movedizas no luche, no se remueva, solo déjese tragar. Cualquier intento de salir a empujones empeorará su situación.

El año pasado en la calle Triana en Las Palmas de Gran Canaria se colocaron varios carteles para celebrar el 8M. Hubo uno que fue objeto de pintadas en varias ocasiones, el de Lidia Falcón. Lo pintaron poco después de que lo pusieran, alguien lo limpió, lo volvieron a pintar, alguien lo limpió, lo volvieron a limpiar y así varias veces; lo sé porque fui testigo de alguna de las pintadas, solía pasar por allí de camino al trabajo todos los días. Me reí cada vez. Se quejaba hace poco alguna gente porque el feminismo se ha dividido o se ha roto o qué sé yo, qué pena, flaco favor, blablablá, como si siempre hubiese existido una lucha que acogiese a todas las mujeres y fuéramos todas remando en la misma dirección. Esto no fue así al principio de los tiempos y no lo será por varios motivos, sobre todo porque a las mujeres trabajadoras les vale un peine el feminismo de las mujeres burguesas. La liberación de estas últimas siempre pasará por subyugar a las mujeres de la clase trabajadora, y si no me creen pregúntenles. A «la chica que ayuda en casa», a las kellys o a las dependientas de Zara no les sirve de nada que sus empleadoras se señalen a sí mismas como feministas, ¿o acaso el Banco Santander no desahucia a madres solteras de sus casas con sus hijos llorando detrás solo porque Patricia Botín clama luchar por la igualdad de género?

Digo que me reía de esas pintadas cada vez porque Lidia Falcón es una de esas personas que se lamenta en todas partes de que se la está silenciando y de que el feminismo se ha roto. Se lamenta en la televisión y en los periódicos, de día y de noche, sola o acompañada, tanto le da, la cuestión es estar siempre ahí alegando sin descanso. Resulta grotesco, sobre todo porque quien en algún momento fue una precursora del feminismo en España ahora solo se dedica a señalar y estigmatizar a las mujeres trans día sí y día también como si se hubiese convertido en una especie de mago fracasado que solo sabe hacer un único truco de magia. No tiene amigas que le digan que es hora de recogerse y tomarse una manzanilla. Tengo fe en el futuro porque las chicas que hacían esas pintadas eran muy jovencitas y las envidio en cierta forma. Me hubiese gustado tener las cosas tan claras a esa edad y haber puesto el cuerpo por quienes no podían. Por eso ahora intento hacerlo siempre, por las que no pueden y por las que vienen. Si escribir sirve de algo, mi único compromiso es para con las mujeres de mi clase. Las caseras que nos exprimen cada mes y terminan robándonos las fianzas también se consideran feministas. Es gracioso. 

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