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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

Periodista

Pánico en el aniversario del pánico

Planta covid de un hospital de Barcelona en los más crudo de la pandemia. Ferran Nadeu

Ya se dijo con la pandemia todavía al alza: hay que acostumbrarse a un mundo de incertidumbres feroces, que de la noche a la mañana acaban con cualquier ciclo de prosperidad. A los tres años de la aparición del pánico inyectado por el Covid, volvemos a ver, a leer y oír el adjetivo en referencia al intenso miedo por el efecto de la quiebra de varios bancos de EEUU. El virus resucitó el modelo de muerte medieval por una epidemia que rompía, repentinamente, con la creencia de que a la ciencia nada la podía derrotar. Y menos una enfermedad que retrotraía a la sociedad a un estigma tan antiguo como el cólera, o bien a relatos literarios en los que el mundo se descomponía por un mal desconocido. La cercanía brutal de la muerte, el temor a un colapso sanitario y el confinamiento para frenar la espiral de contagios parecen antídotos más que valiosos para pensar que el pánico para serlo, dada la experiencia, debe estar realmente justificado. Que cunda el espanto en las vísceras del capitalismo es parte de su ecosistema, es decir, las apuestas equivocadas. Los billonarios de Silicon Valley y sus startups entran en pánico, pero sus enriquecimientos repentinos, al igual que sus ruinas, son circunstancias cada vez más ajenas al colectivo social. Los artificios fiscales de los ricos para evitar impuestos sí que dan pánico. El descenso de sus acciones en caída vertiginosa es sólo un arañazo al patrimonio de este club de estratosféricos. La búsqueda por empresarios de paraísos daña, sin ir más lejos, el equilibrio de la sanidad pública, a la que se le menoscaban recursos económicos para ser competitiva y de calidad. La sombra de unos hospitales atestados de enfermos, con el personal desbordado y carentes de medios sí debería ser motivo para el pánico, como ya lo fue con el virus, un episodio que no sirvió para valorar desde los gobierno a los sanitarios como es debido. También alcanza el estadio del pavor el hambre en su versión inflacionista: una cesta de la compra disparada con unos pobres en ayuno, y una masa consumista que se resiste a reducir costes.

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