Reflexión

«Vamos pa’l sur»

«Vamos pa’l sur»

«Vamos pa’l sur»

Javier Marrero

Papá, puedo llevar el radiocasete? ¿Ya cogiste los deberes y los cuadernos de ortografía?

Y tras esto, el Fiat (de cinco plaza) comenzaba a llenarse de cajas, sacos, bolsos y de siete personas.

Cajas de comida para quince días, incluido las correspondientes cajas de agua de San Roque, el televisor portátil, las medicinas y el listín telefónico, para al llegar comunicar desde una cabina a familiares y amigos que ya estamos en el sur, hemos llegado bien, aunque Pepe y Ana se marearon.

Se salía temprano o al atardecer, para evitar el calor, pero el camino se hacía tan largo que en algún momento del trayecto te cogía una solajera.

El coche desprendía ese olor a plástico, pinturas y grasas que a los que mareaban les hacían vomitar y seguíamos pa’l sur con el coche apestando a «arrojadura».

Quítate los zapatos, saca la mano por la ventana, mira pa’fuera y la biodramina media hora antes de salir que al final solo servía para darle ese sabor a medicina al vómito.

Cuando pasabas Telde ya te sentías en camino, bueno, la mayoría de las veces en cara- vana.

EnVecindario se paraba para «mear», pa coger aire y pa echarse algo en La Estrella de Oro.

Allí nos encontrábamos todos los intrépidos aventureros canariones que íbamos pa’l sur de vacaciones.

Ni los Indios Tabajaras, Torrebruno, Julio Iglesias o los Payasos de la Tele eran capaz de acallar el constante y repetido... ¿¿¿Falta mucho????...

Llegando a Monte Besugo se divisa la gran Playa del Inglés y Maspalomas, ya estábamos cerca del destino, ahora era llegar a la Viuda de Franco y empezar a dar vuelta buscando los apartamentos. Algunas veces eran otras dos horas de coche.

Entre otros, estaban de moda los apartamentos Los Porches, El Dorotea y las Olas. También el Protucasa pero lo cogías cuando no conseguías en los anteriores, que tenían su terraza particular de césped pa que las chiquillas y chiquillos jugáramos.

Abrías la puerta y salía aquel olor de cortinas de plástico «sudadas», e insecticida como para acabar con todo bicho viviente y comenzabas a abrir ventanas y a elegir habitación, a alguien siempre le tocaba en el salón.

Voy a poner a hacer hielo para hacernos un Tang y recuperar fuerzas, todavía no lo había terminado de decir mamá y nosotros ya estábamos dentro de la piscina.

Ese olor a cloro mezclado con césped y adelfas nos hacía sentir de que estamos en el sur de vacaciones.

Pero lo que más nos gustaba era bañarnos por la noche, casi no se oían coches y la «complicidad» nocturna nos hacía sentir libres y extrovertidos.

Cuando los mayores iban al Lido, nosotros nos quedábamos en el minigolf, que si jugabas con la reglas, era un aburrimiento del carajo, pero si te las inventabas, era chachi hasta que venía el portero.

Al tercer día, playa del Inglés ya parecía Las Alcaravaneras, nos juntábamos vecinos, familiares, amigos. Una pandilla de por los menos 50 chiquillas y chiquillos, nos recorríamos los centros comerciales, la Kasbah, el Aguila Roja, todo era carísimo.

Luego tirábamos pa las tomateras de San Fernando y el barrio Calderín, allá por El Tablero.

Tras el almuerzo de macarrones con salsa de tomate y sandía, y después de «embadurnarnos» de nivea, salíamos «escopetiados» para la playa, con el tubo, las aletas, las gafas, la cámara de una rueda de camión, la pelota y las palas.

Tras la merienda, con sus granitos de arena y el sabor del agua salada, subíamos para el apartamento, esperando en la piscina el turno de ducha,... yo me ducho el último.

Que no, que hoy me toca a mí.

Luego venían las paellas colectivas, los torneos de fútbol y los partidos de palas, que jugábamos como grandes tenistas, en nuestro campo improvisado, que se marcaba con la misma «raqueta» y que luego borraba el agua.

Las competiciones en la piscina (las más diver, eran las de quien aguantaba más margullando) y el juego del pañuelito, descalzos sobre el césped.

El monopoly, el parchís, la oca, las barajas de familia, el siete y medio y el cochino.

Y siempre caía una excursión a las dunas para mirar disimulados, menos mal que en esto hemos ido avanzando. Y jugar rodando por sus faldas de arenas tibias al atardecer.

Cuando se acercaba el fin de las vacaciones en el sur, las noches se prolongaban.

Luego a cargar de nuevo el coche y carretera para Las Palmas de Gran Canaria.

En donde en caravana los que iban pal sur, iban más blancos pero entusiasmados y los que íbamos pa’ la capital, negros pero desanimados.

Se acabó lo que se daba, ahora hasta el año que viene.

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