Observatorio

Volver a Bagdad 20 años después

Volver a Bagdad 20 años después

Volver a Bagdad 20 años después

Joan Cañete Bayle

La primera vez que viajé a Irak, en abril de 2003, dos días después de la caída de Bagdad en manos de las tropas de EEUU, llegué a la capital en coche tras un largo viaje desde Jordania para encontrarme una ciudad sumida en el caos: zanjas de petróleo en llamas y neumáticos ardiendo levantaban espesas columnas de humo; gran parte de la población se entregaba al saqueo de comercios y edificios oficiales que había empezado dos días atrás; helicópteros militares estadounidenses sobrevolaban la ciudad, y en las principales arterias y puntos estratégicos de Bagdad se desplegaban soldados estadounidenses en tanques y otros vehículos militares. A lo largo del siguiente año, viajé a menudo a Irak, para informar del primer año de ocupación estadounidense y del inicio de la insurgencia.

Hace unos días, tuve la oportunidad de regresar a Irak 20 años después del derrocamiento del régimen de Sadam Husein. A Irak hoy se puede viajar en avión sin problemas, como a cualquier otra ciudad, y los pilotos ya pueden aterrizar en el aeropuerto internacional de Bagdad sin necesidad de completar maniobras de descenso en picado para evitar ser blanco de misiles RPG. Comparado con mi primer viaje, mi llegada fue aburrida, lo más épico que me sucedió fue la espera para lograr el visado. Para contar el Irak de hoy no hacen falta tanto las gafas del corresponsal en zonas de conflicto como las del analista político y económico.

¿Está mejor Irak hoy que con Sadam Huseín? La pregunta no admite una respuesta binaria sí/no. Ha corrido tanta sangre en el país árabe estos 20 años, la democracia iraquí tiene tantos problemas, imperfecciones y asteriscos a pie de página, las señales de que Irak es un estado fallido son tan evidentes en algunos campos que cuesta decir que sí. Pero también es verdad que hoy en Irak hay espacios de libertad individuales y colectivos inimaginables bajo el puño de hierro de Sadam, desde la libertad de expresión hasta la libertad para viajar. «Una democracia ambigua e imperfecta», me dijo en Bagdad el veterano periodista iraquí Alí Huseín, y es una buena definición.

Una democracia insuficiente, muy lejos de la propaganda neocón que justificaba la exportación de la democracia a bombazos. Una democracia diseñada en base a cuotas e identidades sectarias, devorada por la corrupción, y que durante años ha sido incapaz de garantizar la seguridad de sus propios ciudadanos y que ha padecido por mantener su integridad territorial. Una democracia que ha sufrido, y sufre, injerencias internacionales y que fue el terreno abonado desde el que Al Qaeda primero y el Estado Islámico después desestabilizaron la región entera. Una democracia en una sociedad involutiva en algunas esferas, en la que la identidad religiosa ha cobrado peso, la religión es una asignatura pendiente y la discriminación de la mujer es palmaria. Pero ya no es una tiranía.

Lo cual no absuelve, retrospectivamente, a quienes lanzaron y apoyaron una guerra en base a un casus belli falso, fuera del paraguas de la legalidad internacional y sin un plan para el día siguiente de la caída del régimen. Los iraquíes son responsables de su incapacidad para reconstruir su propio país en 20 años (por citar solo un ejemplo, a pesar de la riqueza del petróleo, sigue sin haber una infraestructura eléctrica que garantice un suministro eléctrico sin cortes) pero el punto de partida en el que empezaron la transición de la dictadura a otro régimen no lo eligieron ellos. La caja de Pandora que se abrió con el derrocamiento de Sadam Huseín es responsabilidad de quienes invadieron el país, y el hecho de que se fueran años después, incapaces de entender qué avispero habían contribuido a crear, no los exonera de su responsabilidad.

Hoy Irak se encuentra en una suerte de encrucijada. Relativamente pacificado, es un país rico gracias al petróleo necesitado de reconstruirse, lo cual constituye una oportunidad para las empresas extranjeras que quieran invertir allí. Al mismo tiempo, tiene muchos deberes por hacer. El 65% de su población tiene hoy menos de 25 años y tanto Sadam como la invasión son cuentos del pasado para ellos. Igual esa es la mejor noticia de mi viaje a Irak, 20 años después.

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