Escritos antibélicos

Herrar mosquitos

Los mosquitos son portadores de enfermedades

Los mosquitos son portadores de enfermedades / Pixabay

Nopólemo ha leído la expresión «herrar mosquitos» y le ha hecho mucha gracia. La ha leído en Galdós, cuando el narrador de Fortunata y Jacinta la utiliza para referirse a la imposibilidad de que la doctrina del cura Rubín surta efecto en Fortunata y modifique sus apetencias carnales. El amor divino y el amor mundano tienen sus áreas de actuación muy bien diferenciadas, y nunca el primero suplantará al segundo, pues, como reflexiona Fortunata, el amor mundano «se entra por los ojos o por la simpatía, y no tiene nada que ver con que la persona querida se parezca o no se parezca a los santos». Durante la estancia de Fortunata en el convento de Las Micaelas el narrador hace el acopio de las razones que le permitirán concluir, en un párrafo situado a fin de capítulo, muy cerca de la partida de Fortunata del monasterio, que el cura Rubín entiende tanto de amor como de herrar mosquitos.

Nopólemo piensa en Yolanda Arencibia, autoridad indiscutible de los estudios galdosianos, y se la imagina riéndose con ganas de esa feliz expresión. Piensa luego si los jóvenes más jóvenes sabrán el significado de “herrar”. No está muy al corriente Nopólemo del nivel lingüístico de los preadolescentes, pero intuye que si, por un lado, las otrora diferenciadas asignaturas de lengua y literatura aparecen ahora juntas y expuestas en un libro de texto que las amalgama, y si, por el otro, el oficio de herrar o ajustar y clavar las herraduras a las caballerías es labor en extinción, esos preadolescentes difícilmente entenderán la expresión «herrar mosquitos».

También piensa Nopólemo que si esos preadolescentes quedan ayunos del sentido literal de «herrar mosquitos», que es poner herraduras a los mosquitos, más ayunos quedarán de sus posibles sentidos figurados, apuntando todos ellos a la imposibilidad de hacer o conocer algo. Para llegar a la pulpa hay que pasar por la cáscara, afirma Dante en el tratado segundo de El Convivio. Y para más escarnio, cabe la posibilidad de que confundan «herrar mosquitos» con la expresión homófona «errar mosquitos», aunque es una posibilidad remota, y no sólo porque además de desconocer el verbo herrar puedan también desconocer el verbo errar, sino porque, de conocerlos, «errar mosquitos» se resiste al entendimiento por ser expresión carente de sentido en su literalidad.

«Errar mosquitos» significa, a pies juntillas, equivocar mosquitos, lo cual sólo adquiere sentido si se acude a una situación muy específica: si se están contando los mosquitos que hay en una habitación y alguien los enumera mal, se le puede decir que «ha errado (en los) mosquitos». En ese contexto el verbo errar es utilizado de manera forzada para así poder entender que errar mosquitos es equivocarse al contabilizar el número de mosquitos que se esté contabilizando por las razones que sea.

Otra manera de entender «errar mosquitos» de forma literal, en lectura más absurda que la anterior y además agramatical, es considerar que el verbo errar, que es intransitivo en su sentido de vagar de un lado a otro, pueda convertirse en transitivo para así entender que errar mosquitos equivale a pasear mosquitos, a deambularlos de aquí para allá, como el flâneur Azaña paseaba por las calles de París. En tales casos, las lecturas figuradas podrían aventurarse en el campo ausente del pensamiento y las musarañas. En definitiva, concluye Nopólemo, la comprensión literal y figurada de «herrar mosquitos» y de «errar mosquitos» (en sus sentidos de equivocarse y de vagar de aquí para allá) es harto complicada, sobre todo si se es preadolescente en tiempos reguetonianos.

En todo ello ha pensado Nopólemo porque se siente como un preadolescente desubicado y perdido cuando en el televisor ve cómo se celebra con júbilo el haber alcanzado el número 8.000 millones de habitantes en el planeta. ¿Qué hay que celebrar?, se pregunta Nopólemo. Con gran alegría los noticieros dieron la noticia el 15 de noviembre de 2022. Le tocó ser el número ocho mil millones a un niño dominicano que salió en los televisores del mundo ajeno a una efeméride que puede marcar su vida pero que no por ello deja de ser una sandez sin fundamento: con toda seguridad habrán nacido miles de niños más en el mismo momento en el que nació ése al que le ha tocado representar el punto de inflexión de la cifra redonda de 8 mil millones.

Sólo teniendo en cuenta a los niños cuyos nacimientos han sido certificados en los hospitales del mundo habrá miles de niños 8 mil millones, de diferentes razas y condiciones, no uno solamente y además dominicano, y también habrá miles de niños 8 mil millones sin documentar, los nacidos en plena selva amazónica, en suburbios miserables, en chabolas de extrarradio, en favelas y en casas donde se haya preferido parir al margen de los centros oficiales.

¿Dónde están las advertencias demográficas de Malthus, las prevenciones de los insumos decrecientes de Ricardo, las reflexiones sobre la indispensable meditación en soledad de Stuart Mill? A Nopólemo se le vienen a la mente estos economistas clásicos siempre que piensa en el mantra del crecimiento de la producción y del consumo como única fuente del bienestar común, sinsentido que abrazan a diestra y siniestra y también en el centro de los hemiciclos sus señorías parlamentarias. Porque, piensa Nopólemo, el absurdo de crecer en un planeta limitado, a estas alturas antropocénicas, es un absurdo muy absurdo y una tomadura de pelo, de la misma manera que es una tomadura de pelo celebrar el nacimiento del niño 8 mil millones en un planeta masificado, sucio de la combustión fósil y sometido al imperio del plástico. Como las teorías del cura Rubín, todo es tan absurdo como herrar mosquitos, tan absurdo es todo como errar mosquitos.

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