Retiro lo escrito

La moción de censura

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

Todo el mundo –sin excluir algunas facciones de Vox – está de acuerdo en que la moción de censura que defenderá Ramón Tamames la próxima semana en el Congreso de los Diputados es una mamarrachada, pero nadie, absolutamente nadie, está dispuesto a desaprovecharla. Particularmente entre las izquierdas: Ione Belarra e Irene Montero quieren intervenir en el debate, pero Pedro Sánchez ha impuesto que, por parte del Gobierno, le replicará él al nonangenario economista y que ya si eso, en un segundo turno, intervendrá Yolanda Díaz, con esa voz bajita que tan bien desenmascara a los más feroces fascistas. ¿Y los portavoces? Patxi López está desesperado por salir a darle gorrazos al viejo y a Gabriel Rufián ya se le han ocurrido media docena de chascarrillos y chistes y estupideces.

Es harto improbable que Vox rentabilice mucho este circo patético. En realidad lo que han evidenciado los últimos seis meses de encuestas es que esta derecha ajoarierra y tontorrona ha llegado a su techo electoral. Para convertirse en auténtica alternativa de gobierno Vox debería haber iniciado hace tiempo la transformación de una fuerza basada en valores franquistoides y nostalgias de culturas y costumbres rojigualdas en una organización abierta a la mayoría social y que asumiera el malestar material, y no solo cultural, de las clases medias y trabajadoras del país. Vox no debería –solo– reclamar bajadas de impuestos, sino abanderar las subidas de salario mínimo, las ayudas sociales, la rehabilitación de los entornos urbanos degradados, las redes asistenciales municipales. Es decir, lo que han metabolizado como causas propias los partidos y movimientos ultraderechistas –cada uno en su entorno nacional y simbólico– en toda Europea. Los dos sectores de Vox –la ultraderecha pija y ultraliberal que encarna Iván Espinosa de los Monteros y la mesocrática, que tu bordaste en rojo ayer y cuartelera de Javier Ortega Smith– se complementan con la inclusión de grupúsculos de catecúmenos catolicorros y de adolescentes falangistoides. Lo que no hay en las retóricas y programas de Vox es un interés verosímil por la situación económica de los millones de españoles para los que llegar a final de mes es un combate agotador, incluso disfrutando del lujo de un trabajo a jornada completa. Esa gente no va a votar a Vox porque le preocupe la inmigración o se pueda decidir legalmente el sexo: demanda una empatía con su angustia y medidas específicas a su favor. Sin el estímulo del conflicto catalán esta ultraderecha jamás habría despegado en las urnas y sobrepasado los 50 escaños. Sus cuadros, por lo demás, son gente escasamente profesional, con pocas excepciones a un gandulismo ampliamente extendido y una tendencia muy temprana al enfrentamiento interno y al cainismo. Los dos diputados canarios de Vox en el Congreso –uno por cada provincia– se han dedicado básicamente a sestear en sus escaños: no han ofrecido un miserable informe sobre su trabajo en tres años y medio, ni han convocado una rueda de prensa, ni se han reunido con ninguna entidad, asociación o colectivo de sus respectivas circunscripciones. Pero son muy conocidos en La Ancha.

La moción de censura no cambiará esta situación. La misma elección del doctor Tamames ilustra la desorientación ideológica y el equívoco simbólico en el que se arrastran Santiago Abascal y los suyos. Respecto al propio Tamames no suscribo los diagnósticos emitidos sobre un senil anhelo de protagonismo. A Tamames le hubiera encantado ponerle una moción a Adolfo Suárez desde el PCE, o a Felipe González desde Izquierda Unida, o a José María Aznar desde el CDS. Es el mismo que hace cuarenta, veinte o cinco años. De una inteligencia intercambiable, unas convicciones negociables, una mirada cristalina que atravesaba a todos para redescubrirse, siempre, a sí mismo.

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