Aula sin muros

El precio de las flechas de Cupido

Paco Javier Pérez Montes de Oca

Cupido, el dios romano, hijo de Venus, la versión griega de Eros se enamoró, perdido, de la bella Psique, alma en griego, cuyo matrimonio bendijo Júpiter el padre del prolijo panteón de los dioses de Roma. No fue un amor platónico o romántico sino el que despierta la primera impresión de uno de los más importantes sentidos, la visión. Amor a primera vista. En esto eran expertos los antiguos griegos. No en vano un tribunal absolvió a una tal Frine juzgada por impiedad cuando le mostró sus inhiestos senos al juez y Menelao, el legendario rey de Esparta arrojó su espada al piso al ver como Helena se descubrió la túnica y le mostró sus túrgidos pechos. Pagar por sexo es una costumbre secular de los hombres que siempre han acudido a las mujeres que han ejercido el «oficio más viejo del mundo» para bajar la presión de las partes bajas. No es cierto que sea la profesión más antigua. Antes lo fue la de los vendedores de agua, portando cántaros y ánforas para apagar la sed de los viandantes en las repletas y podridas calles en los estíos de Atenas y Roma. La prostitución ha vuelto a la política y los medios a raíz de las obscenas imágenes de un diputado y amigotes en un garito nocturno. Nada nuevo por cuanto también salieron a la luz pública la de otros adláteres del poder pagando los servicios de prostitutas con tarjetas de crédito de la bolsa de todos y cierto político canario, en pleno ejercicio de su cargo público fue pillado saliendo con su hijo de un club nocturno. Nada nuevo si recordamos el pasado en el que existía la costumbre de padres que, cuando aparecían las primeras pelusas en el bigote de sus hijos adolescentes se los entregaban a mujeres expertas en los amoríos del bajo vientre con la advertencia de «que salga de aquí hecho un hombre».

Las casas de lenocinio ya existían en las islas cuando Caboto, el embajador del rey para apoderarse y hacer negocios en las Molucas hizo una parada en el puerto, y contraviniendo la orden del rey, de que se abstuviera de embarcar mujeres, hizo subir a bordo para alegría y alivio de la marinería a las llamadas «enamoradas», las prostitutas de la época. La Biblia habla de meretrices para referirse a mujeres que lo practicaban que ante la intransigencia del Vaticano cuyos papas, príncipes y clero han practicado a discreción, Cristo las entendía y perdonaba en su papel de andariego por los caminos de Palestina. En la Roma imperial fue un oficio tan extendido y hasta enaltecido que lo practicó Mesalina que, presa de su incontenible furor uterino, abandonaba el lecho imperial de su despistado esposo Claudio y, disfrazada, se dirigía al barrio de Subura a encamarse con los más famosos y fornidos gladiadores del circo. El comercio del sexo mueve unos 160.000.000 de euros en Europa y es España, según organizaciones sociales, donde más prostitución se consume. En sede parlamentaria se informa que, en Canarias existen unas 3000 prostitutas. Ya es un hecho constatado que existe el turismo sexual en lugares de sol, copas y encuentros de sexo de las islas. A raíz de las imágenes del llamado «caso Mediador» que arranca en las islas vuelve al debate público la prostitución que unos inconscientes, por no llamarles de otra forma, practican el mismo día o noche en que se celebraba el Día de la lucha contra la explotación sexual de las mujeres. Prohibición total o legalización como un oficio que cotiza a la Seguridad Social. Con voces de que la legalización aumentaría el negocio sexual y, con ello, la explotación de la mujer en manos de proxenetas sin escrúpulos amparados en que no pueden ser perseguidos por la ley. El gobierno de Alemania aprobó la legalización y ciudades como Berlín o Hamburgo se convirtieron en los mayores burdeles de Europa donde se puede comprar un boleto o ponerse una pulsera de esas de «todo incluido» y acceder a la inmensa panoplia de inmensas superficies destinadas al sexo. Por el contrario, el gobierno sueco decidió penalizar al cliente con severas multas que no erradicó el mercado del sexo, pero redujo la prostitución callejera. La que han propuesto prohibir mujeres concejales de municipios en España con el argumento de «limpiar» calles o barrios de la vergüenza ciudadana. La de, en otro tiempo, llamada «casas de las niñas» radicadas en ciertas calles y barrios de Las Palmas donde era difícil explicar a niños el por qué había mujeres ligeras de ropa acodadas en las ventanas o enseñando los muslos en los dinteles de las puertas. Arrojaría a las mujeres que hacen la calle y venden su cuerpo, a la carta, a ocultarse en casas de tapadillo mientras quedan en el más lujoso de los anonimatos el mismo trabajo que llevan a cabo las «señoritas de compañía» contratadas para acompañar a ricos empresarios y hasta girifaltes de la política en servicios realizados en hoteles y apartamentos de lujo. Demostración clara de que en esto de pagar por sexo también hay clases. Regular este trabajo implica hablar del instinto, descarga de estrógenos en los hombres que, eso sí, cosifica a la mujer reduciéndola al papel de ser mera receptora de los apuros de las entrepiernas de hombres que la ley quiere multar como puteros. Muchas de las que «hacen la calle» y no son la protagonista de la afamada película Pretty Woman abandonarían el oficio si tuvieran otro trabajo. Obligadas, muchas de ellas desarraigadas de su ambiente, a ejercerlo no por un deseo de apagar una desbocada libido sino para vivir ellas y dar de comer a sus hijos.

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