Objetos mentales

Mejoramiento de humanos

¿Cómo evitar los factores de riesgo de las enfermedades cardiovasculares?

¿Cómo evitar los factores de riesgo de las enfermedades cardiovasculares? / Lana_M

Antonio Perdomo Betancor

Antonio Perdomo Betancor

Por lo visto, el género humano padece aproximadamente 55.000 enfermedades susceptibles de tratamiento. Ante una cifra de esa magnitud para qué quiere el hombre otros enemigos. Están registradas y catalogadas en el CIE (Clasificación Internacional de Enfermedades), se trata de un listado preciso, aunque no tanto. Una cifra así de desbordante, salvo que se sea una persona insensible, no deja indiferente, pero seguro que a todos temblando. A nadie le gusta estar enfermo salvo algunos por enfermos, son los misterios de la mente.

Mientras esta enorme cifra ronda por mi mente, una persona cruza la calle con manifiestas dificultades. Sus movimientos denotan una dificultad notable que inevitablemente relaciono con alguna de esos 55.000 códigos alfanuméricos que identifican las enfermedades, afecciones, o dolencias. Silabeo la cifra mecánicamente para cerciorarme de su inagotable magnitud. Pese a esa altísima cifra, esa catástrofe nunca estuvo dimensionada ni considerada como catástrofe, así que cada cual arrastra calladamente su particular catástrofe sin aparente rebeldía, más bien la sobrelleva como aceptación, incluso por invitación del personal, quizá por su inevitabilidad.

No existe una manifiesta oposición frontal de naturaleza voluntariosa, ni exigencia más allá de lo particularmente padecido. No se ha generado un frente cultural específico por la salud y contra la enfermedad, tal y como ocurre, por ejemplo, con la vindicación persistente y radical por el derecho a la vida. Acaso un nebuloso ideario por la causa de una sanidad pública, salpimentado de incrustaciones exógenas e intereses espurios cuyo fin no es su propio fin, sino uno derivado.

El hecho que quiero destacar es que no se trata de una protesta específica contra el ser de una biología humana vulnerable y generosa en su indiscriminada aceptación y acogimiento de polizontes letales en sus células, y con apacible generosidad parece que disfrutara. Me refiero a la proclamación manifiesta de una rebeldía que mire al interior de la esencia humana, denunciándola como una obra mal confeccionada y necesitada de mejoras. Porque, quién puede negar la deprimente vulnerabilidad celular que aboca al género humano a su abismático destino de enfermo.

Quienquiera que haya sido el ingeniero biológico del proyecto humano habría que reprocharle lo poco se esmeró, tampoco la evolución. Lo hemos visto recientemente con motivo de la epidemia del covid-19. Inermes fuimos directos como corderos al matadero. El hecho ontológico es que el destino nos trata con un destino pre-escrito en tanto y en cuanto el género humano deje el suyo al albur. Por consiguiente, parece que esta nave humana navega a la deriva y, especialmente, se entrega al lamento y a confesiones y declaraciones escatológicas de impotencia. Llegados a este escenario, echamos en falta una voz que proclame “haremos lo imposible para que sea la última vez que nos azote una catástrofe de esa naturaleza y vuelva a repetirse”.

Lo grave de la catástrofe de la enfermedad es que se la trata como si fuera natural e inevitable. Pasan los días como si la catástrofe no ocurriera. A ojos de las personas, de la sociedad, de las autoridades, la catástrofe sólo existe cuando ocurre un terremoto, una sequía, estalla un volcán o un vuelo de pasajeros se pierde en el ponto. Entre tanto la catástrofe de la enfermedad permanece invisible y por consiguiente fuera de foco, a pesar de que en sí misma vuelca la vida de las personas. 55.000 afecciones, o dolencias, o enfermedades catalogadas en el CEI con sus códigos alfanuméricos y diagnósticos paliativos son una barbaridad, pero parecen invisibles por mucho que nos parezca una cantidad desorbitada; 55.000 afecciones resultan suficientemente graves para volcar la vida de la humanidad del revés y desquiciarle la existencia.

Si en lugar de enfermedades, o afecciones, o dolencias de personas nos refiriéramos a automóviles o a cualquier otro artilugio, las corporaciones fabriles y productoras ya habrían, habida cuenta de las responsabilidades derivadas, necesariamente quebrado. Pero, pese a las deficiencias y a la mala calidad del producto, es raramente irracional que el género humano siga proclamando la perfección de la naturaleza que nos define; que alabemos su esencia; que recitemos cual pagayos que la esencia humana es un dechado de perfección y asumamos, sin compunción, que el hombre es el rey de la creación.

La mitología nos ha dejado arrestos de soberbia de la buena, es este afán. Por conocida destaca, en lo que nos concierne, entre sus muchos mitos, el mito de la eterna juventud, que reta al envejecimiento por antinatural. Porque acaso este mito sea el resultado de una vieja sabiduría que se perdió en el tiempo y que ahora emerge y, por otro venero, nos une en su búsqueda.

Aquella mitología parece que se renueva por medio de la biomedicina para proyectar el propósito de restaurar primero, y, después superar la vieja y agujereada camisa biológica y que, por fin, una vez bebamos de la fuente de la juventud, se precipite en el olvido. No será un camino fácil, pero será el camino; empecemos pues por cualquiera de las 55.000. El camino de mejoramiento humano no se detendrá pese a los peligros que pueda conllevar, lo que nos parece inmoral es una actitud pasiva ante este sufrimiento. Ponerle fin en la medida de lo posible sería lo humano, pues seámoslo entonces.

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