Reflexión

Diez años de un Papa para el pueblo

El Papa Benedicto XVI, en una foto de archivo.

El Papa Benedicto XVI, en una foto de archivo. / CONSEJO HHYCC

Juan María Mena Hernández

Hace una década ya desde que asomara al balcón de San Pedro Jorge Mario Bergoglio, sucesor de Pedro, con un signo profético, pidiendo la bendición del pueblo de Roma que pide la bendición de su Obispo: uno más con el pueblo y al servicio del pueblo santo de Dios. Desde entonces se han multiplicado tantos signos proféticos que no es posible enumerar. El papa Francisco ha sido una bendición para la Familia de Dios y para el mundo, una auténtica primavera que busca la fuente del Concilio Vaticano II, el papa de la sinodalidad.

Ante todo, su elegancia evangélica, su gusto por la humildad, la sencillez y la pobreza, pues un Papa no es más que un cristiano con una misión universal. Ha contribuido decisivamente a una más que necesaria desacralización del papado, alejándonos de cualquier tentación de venerar su persona, devolviendo nuestra mirada a Cristo, verdadero protagonista de su historia y de la historia de todos. Ha sido posiblemente el Papa más afín a los medios de comunicación, el que se ha servido de ellos con la mayor naturalidad, aún a riesgo de equivocarse y aclarar, como cualquier persona.

El papa Francisco ha traído desde el Sur del mundo un viento misionero para sacudir a las envejecidas y adormecidas iglesias del Norte. Su exhortación programática Evangelii gaudium nos ha ofrecido una vibrante llamada a la conversión misionera de todo el Pueblo de Dios, a edificar juntos comunidades de discípulos misioneros, sin miedo al mundo ni a los convulsos tiempos presentes, mostrando la novedad perenne del Evangelio del amor torrencial, total y escandaloso de Dios.

Este Papa ha sido un manso azote contra las ideologías conservadoras, incapaces de acoger la novedad permanente de Cristo en la novedad del mundo, en la creatividad, las nuevas inquietudes y realidades del tiempo presente. Cristo no es un fósil del pasado sino un Viviente que nos da su Espíritu para cuestionar, renovar y reformar todo lo que haga falta en el mundo y en la Iglesia, el que hace nuevas todas las cosas. De esta manera ha conectado totalmente con una de las tendencias más importantes de la cultura contemporánea: la necesidad de la innovación y la creatividad para servir mejor a la sociedad. Nos invita a no tener miedo a los cambios, más bien a abrazar la danza permanente del cambio con la Trinidad como coreógrafa, como enseñaron los Padres Capadocios.

Por último, ha sido el Papa de la denuncia profética, atento a los signos del tiempo presente, llorando tantos muertos en Lampedusa y en los mares convertidos en cementerios, como las aguas canarias, gritando contra la globalización de la indiferencia, contra un sistema económico basado en la exclusión y en el descarte, contra la irracional barbarie de las guerras... Nos ha demostrado que no se puede separar la opción por los pobres de la cuestión ecológica en la primera encíclica eco-social, clamando por el cuidado de la Casa de todos.

Larga vida al papa Francisco y a su legado, que ha inspirado a creyentes y no creyentes como líder mundial y testigo de la compasión y la misericordia divinas.

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