Tribuna abierta

Don Quijote y su mundo del agua

José Juan Ojeda Quintana

La magna obra del genial Cervantes Don Quijote de la Mancha, nace en la mente del autor en las orillas cercanas al Río Henares a su paso por Alcalá. El río –todos los ríos– son escenarios para sus sueños y realidades. La ética y la moral están amasadas, conjuntamente, en sus antológicas palabras de caballero y de agua. Sobre su pretendida locura hay que considerar lo dicho por Goethe: «La locura no es, a veces, otra cosa que la razón presentada en otro aspecto». Añado otra frase: «La locura es la razón de uno, la razón es la locura de muchos». Frases muy adecuadas para aplicarlas al actual momento de locura en que vivimos.

La novela del Quijote influyó en la narrativa posterior (Charles Dickens con el personaje de Mr. Pickwick, como ejemplo). En el Quijote se suceden múltiples espacios ¿razones? En el espacio etnográfico, lo más destacable es el episodio en el que don Quijote asalta una procesión, que como ocurría frecuentemente en aquella época, desfilaba para pedir la lluvia que se negaba a favorecer los secos campos de España. (Recordar las procesiones de la Virgen del Pino de Teror a Las Palmas). Don Quijote cree que la imagen de la Virgen es una mujer raptada.

En el mismo espacio, habla del agua sanadora, que ya conoce su sobrina, y cuenta al cura y al barbero, su batalla con cuatro gigantes como torres, después de la cual bebió una gran jarra de agua fría quedando «sano y sosegado». Presumió que aquella era una preciosísima bebida que le había traído el sabio Esquife, encantador y amigo. En el mismo tema asegura que Maritormes, viéndole fatigado, le ofreció un jarro de agua, trayéndola del pozo por estar más fría. Cuando Sancho quiso tomar el agua del mismo pozo, don Quijote se lo prohibió, diciéndole que si bebía aquella agua, moriría.

Otro espacio que ocupa sus acciones son los ríos, que se van desgranando al ritmo descendente de su obra, y a los que Cervantes coloca en lugar preferente. Cuando le llegó la polvareda de las dos grandes manadas de ovejas, que confundió con temerosos ejércitos, empezó a numerar a los caballeros de cada escuadrón, situándolos en sus respectivos ríos. En el escuadrón primero estaban los que bebían las dulces aguas del famoso Janto, los que tensan y pulen sus rostros con el licor del siempre rico y dorado Tajo, los que gozan de las provechosas aguas del Genil, los que en el Pisuerga se bañan en la mansedumbre de su corriente. Para el Guadiana, lo mismo que para el Ebro tiene un relato mas extenso y preferente. Del Guadiana se convierte en dueño de realidades compartidas con fantasías, creador de imágenes que adquieren vida en el candor de su mente «ahora acabo de conocer que todas las alegrías pasan como sombras y se marchitan como flores del campo». Montesinos, ojos del Guadiana, lagunas de Ruidera, con sus hijas y sobrinas, forman parte de su peculiar mito de la Caverna de Platón. Cuando sacan al Quijote de la Cueva, este dice «¡Oh, lloroso Guadiana, y vosotras sin dichas hijas de Ruidera, que mostráis en vuestras aguas las que lloraron vuestros hermosos ojos!». Unamuno en La Mancha sosegada canta: «Ven los ojos del Guadiana/ la sombra de Don Quijote/nacida por la mañana/con el sol, sin que se agote/ el llanto que lleva el río».

Don Quijote, impenitente viajero, de cuerpo y de alma, apuntando con su roma lanza desdichas humanas, ha llegado en su deambular al lejano Ebro. ¡Tan lejos de la Mancha! Allí tiene lugar una de sus aventuras «extras», navegando con Sancho en un barco. Pasadas 780 millas marinas, el improvisado agrimensor dice que una de las señales que tienen los que embarcan con destino a las Indias, es que al pasar la línea equinoccial se le mueren los piojos y no queda ninguno. En eso que descubren grandes aceñas a la mitad del río. Don Quijote cree que es un castillo donde debe estar un caballero o una dama oprimidos. Allá va al asalto de las aceñas convertidas en castillo. Los molineros salieron con caras y ropas cubiertas de harina, como el carnaval de los indianos en la calle de Triana. Mientras, don Quijote dice que son «malandrines» el barco queda destrozado y nuestros héroes cayeron al río. Don Quijote pide auxilio y fueron sacados por los molineros. Don Quijote no sabía nadar y tampoco guardar la ropa y en su aventura quedó la locura como el prólogo de la vida actual en la que las razones son solo locuras, salpicadas de guerras, de corrupción, engaños y mentiras, dominios del cuerpo y la materia sobre el espíritu y el alma, que pasan por un tamiz de redes anchas, sin pensar que la dificultad está en intentar pasar al final de la vida por el tamiz divino, donde las redes son muy estrechas.

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