Tropezones

Divagando

Divagando

Divagando

Lamberto Wägner

Lamberto Wägner

Me reprocha mi familia, la primera a la que suelo infligirle la lectura de mis artículos, ya sean las opiniones en forma de «tropezones» o la versión light de «breverías», que no me esfuerzo lo suficiente y que mis reflexiones a veces tienden a diluirse en simples divagaciones.

Yo preferiría discrepar, apuntando a la diversidad de algunas de mis opiniones, como los tropezones que enriquecen un gazpacho o un arroz. O la voluntad de concisión y síntesis de las «breverías», abordándolas más bien como un vivero de ideas por desarrollar.

Pero ya que me acusan de divagar… ¡pues divaguemos!

La primera divagación hace escasos días cuando mi hija arquitecta me pide para su cumpleaños unos lápices de un tipo especial, y de marca Caran d’Ache. No fue fácil encontrarlos, y encima eran caros, pero la divagación correspondiente es que su adquisición me trajo a la memoria mis recuerdos de infancia; ya entonces era esta marca el paradigma de unos lápices de calidad suprema y cuya posesión por cualquiera de los infantes era envidiada por los demás.

Y siguiendo divagando me planteo cuántos productos pueden presumir de mantener un nombre y una calidad, a lo largo de varias generaciones, en algunos casos llegando incluso la marca a transmutarse en un término genérico, como la Gillette, sinónimo durante más de un siglo de cualquier máquina de afeitar.

Y me vienen a la memoria marcas icónicas para cada categoría. En coches creo que Rolls Royce está en nuestro disco duro para siempre, pero en cada tipo de productos podríamos ponernos de acuerdo en alguna marca emblemática fuera de discusión. En vinos me viene sin esfuerzo algún nombre, quizás por coincidir su prestigio con su desorbitado precio: ¿tal vez un Petrus en tintos o un Château Yquem en blancos? O por qué no un Vega Sicilia para no salirnos de nuestras fronteras.

Pero claro, aquí cualquiera podrá divagar con los productos que le sean más familiares, por sus aficiones o profesiones, y que aún siendo punteros para el interesado, me puedan resultar a mí totalmente desconocidos.

Y si me lo permiten, porque a ver quién me va a prohibir seguir divagando, me gustaría detenerme en el calzado. En el caso del zapato femenino, creo que tenemos un quorum indiscutible con los famosos «Manolos» de Manolo Blahnik, sinónimo de prestigio, calidad, exclusividad, esnobismo o lo que ustedes prefieran.

En el calzado masculino tal vez sea más difícil consensuar una marca determinada, pero yo me atrevería con el calzado inglés Clark’s. Quizás también por ser un producto inglés más propenso a convertirse en tradicional que pongamos por caso un artículo suizo.

Y al abordar este calzado, casualmente mi zapato predilecto, me van a permitir una deriva en otra dirección, hacia una experiencia personal, o acaso perezosa divagación.

Resulta que un buen día me tropecé con una crónica en El País del autor y comentarista Andrés Trapiello lamentándose amargamente de no poder encontrar su modelo de zapato, de la marca Clark’s, al haberse renovado recientemente parte de su colección, descatalogándose precisamente el modelo favorito del escritor, cuya foto encabezaba el artículo.

Pues bien, se trataba del modelo exacto que andaba yo buscando desde hacía meses, incluso en el mismo Londres, para sustituir a su clon, que se me caía a trozos por su prolongado uso.

De buena gana le hubiese dado un merecido abrazo a Andrés Trapiello; sin saberlo se había apropiado de una divagación mía para sublimarla en una reseña literaria.

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