Reseteando

Dos folios de vellón

Dos folios de vellón

Dos folios de vellón

Javier Durán

Javier Durán

Se levanta el telón y me encuentro al lado de Pepe Alemán, que está con sus dos folios de vellón después de liberarse de las servidumbres de la redacción. Ya no era ni redactor jefe ni tampoco llevaba el Canarias Económica. Hacía su columna A modo de ver y manera, y ejercía un poco de consejero entre los periodistas que empezábamos a quitarnos los pañales. A veces iniciaba su parlamento a la hora del mediodía hasta llegar la noche, y continuaba en el Utopía en una década, finales de los 80, donde la ciudad se divertía. A veces la situación era muy intensa: sus debates con Manolo Padorno ante la mesa de billar, o en los preámbulos de Farray, acababan con mucho carácter de por medio. He sentido un fuerte ataque de nostalgia al conocer que el jurado del Premio Canarias le ha concedido la distinción en la modalidad de Comunicación. Ya le tocaba. Me he reconocido ante su rostro enrojecido atendiendo las explicaciones sobre las profundidades insulares, o sobre las peculiaridades de lo que hoy llamamos ultraperiferia. En su caso, las singularidades iban más allá de la economía y se adentraban en el poder subterráneo de la Isla, el sanedrín de Vegueta que trataba de resistir frente al otro sanedrín, los áticos de Santa Cruz reunidos en la fogalera del editor Pepito Rodríguez. Sus dos folios de vellón lograron ofrecer una visión desdramatizada de la endiablada política de Canarias, sometida a feroces estrategias de poder. Entenderla resultaba difícil, pero aun más ofrecerla a la opinión pública configurada por pepealemán. Así, todo junto. No había director entrante que, sacudido por el jeroglífico, se viese en la necesidad de hablar con él para saber de qué coño iba ser canario en el Estado español. Este galardón es un reconocimiento merecido a su carrera, pero también una interrupción sentimental para situarnos de nuevo en una redacción llena de humo de tabaco, perforada por el ruido de las máquinas de escribir, con un fuerte aroma a café y con más de un grito por medio. Y por allí, pepealemán y su cerebro analítico. ¡Felicidades, maestro!

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