Reseteando

Cambio de hora

¿Cuándo es el cambio de hora en Canarias?

¿Cuándo es el cambio de hora en Canarias? / LP/DLP

Javier Durán

Javier Durán

Viivimos un ciclo donde todo lo que uno hace tiene consecuencias. La mayoría son fiscales, pero buscar en Google un reloj de lujo como el que llevaba Macron en un debate televisivo, del que se desembarazó a escondidas para no provocar a las masas, también las tiene: te asaltan con mensajes creyendo ver a un comprador potencial. No cambiar la hora es un acto que no trae consigo responsabilidades de ningún tipo. Puede uno olvidarse y llegar una hora antes a la cita, pero más allá de eso no hay una sanción o un expediente por incumplimiento de mandato. Es más, puede uno saltarse el cambio de hora y hacer vida normal. Lo tomarán por un chiflado, algo superficial en comparación con el ingreso en una unidad psiquiátrica local con pastillas de todos los colores y tamaños. No mover las agujas del reloj tiene sus ventajas: hoy, 25 de marzo, muchos exhibirán su despiste yendo a recoger el pan una hora antes, harán lo mismo con los periódicos, irán al parque de los perros como ayer, el ejercicio deportivo será en horario habitual... Y si en ningún punto le advierten de la alteración, pues seguirá con la rutina dando por hecho que el tiempo real es el que marca el aparato de precisión suizo que va en su muñeca. La situación parece imposible. ¿Cómo no se va a enterar una persona de que la hora ha cambiado? Se convertiría en un personaje literario, admirado en el barrio por ser capaz de rebelarse contra una orden mundial. No sabemos cuánto tiempo podría escapar. Lo mejor de Tamames en la moción de censura fue su relación con el tiempo: a través de su reloj Casio tenía perfectamente monitorizadas todas las intervenciones. Los nonagenarios (o a punto de serlos) temen perder la noción del tiempo, por lo que una de sus obsesiones es cumplirlo a rajatabla y hacer que otros lo cumplan, siempre que sea posible, como en el supuesto de longevidad lúcida del excomunista. En los años en que se puso en vigor la medida del cambio de hora, había mayores que decían: «Son las tres, que eran las dos». Y lo repetían todas las veces que hiciese falta. Estas personas vivían por tanto entre dos espacio temporales: en el almuerzo pensaban en la hora del aperitivo, y durante el afeitado recordaban que hasta ayer estaban en la cama envueltos en el sueño. Cambiar la hora tiene bastante de ciencia-ficción. Sólo un mensaje de los alquimistas del tiempo (seguro que hay un órgano internacional que lleva el asunto), la publicidad en los medios de comunicación de un reloj con el antes y el después, y el impulso de la potencia mecánica de los dedos para resituar la agujas resultan más que suficiente para variar los hábitos de muchísimos individuos. Otra cuestión aparte, ajena a las jerarquías, es el reloj biológico, que es el momento en que a uno le entran ganas de comerse la manzana o la mandarina, circunstancia que no tiene nada que ver con el cambio de hora. Esto está en crisis porque no hay nada que escape del control de los smartphones. Ellos adelantan o atrasan por sí solos.

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