Retiro lo escrito

El punto crítico de CC

Román Rodríguez

Román Rodríguez

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

Siempre que se cuenta la crónica del punto crítico de los 30 años de Coalición Canaria – la ruptura que se materializó finalmente en la creación de Nueva Canarias – chirría algo. Se insiste – o se da a entender – que la responsabilidad del conflicto corresponde a Román Rodríguez, cuando lo cierto es que al expresidente lo colocaron en una tesitura imposible. En febrero de 2003 se firmó un documento – avalado por el Consejo Político Nacional de CC – por el que Adán Martín sería el presidente del Gobierno y Román Rodríguez el vicepresidente y consejero de Economía y Hacienda. Es decir, que Martín y Rodríguez, en el caso de que Coalición ganara las elecciones, se intercambiarían los papeles. Y ese ticket fue el que se presentó, tres meses más tarde, a las elecciones autonómicas. Uno de los espectáculos más asombrosos de la política canaria contemporánea ocurrió nada más conocerse los resultados: los gerifaltes de CC se negaron taxativamente a cumplir el acuerdo que habían firmado. Es decir, decidieron pitorrearse de los electores. La negativa partió, obviamente, de las inmediaciones de Adán Martín – que permaneció en un silencio jesuítico – y rápidamente fue respaldada por los palmeros de Antonio Castro, por Asamblea Majorera y por la Agrupación Herreña Independiente. José Carlos Mauricio y sus tres o cuatro peones habituales garantizaron que la organización no se hundiría en Gran Canaria y que Rodríguez sería debidamente perimetrado.

A mi entender Román Rodríguez, que siempre desconfió de sus compañeros tinerfeños, se asombró sinceramente de una jugada tan brutal. Pero su sempiterna confianza en sí mismo – y un cálculo demasiado optimista de sus colaboradores – le llevó a plantear el tiznado incumplimiento al seno del Consejo Político Nacional, que por entonces todavía no era una fantasía reglamentaria, sino una realidad política. Se reunieron en el Hotel Mencey, en Santa Cruz de Tenerife, y Román Rodríguez perdió. Salió de la asamblea bastante pálido, pero al llegar al bar – ahí estaban entre otros José María Noguerol y Rogelio Frade – ya se había recuperado. Hizo alguna broma, se sentó y se inclinó hacia sus amigos: «Esta gente cree que ha acabado con nosotros. Pero yo llevo en política desde que soy un chiquillo. Volveremos al Gobierno y volveremos para echarlos». Y se bebió un botellín de agua de un sorbo. Tardo dieciséis años en conseguirlo, pero se salió con la suya.

Por supuesto Rodríguez no abandonó Coalición Canaria inmediatamente. Paulino Rivero, presidente de CC, votó en su contra en el CPN, pero fue el único que intentó evitar la ruptura. Primero, le aseguró que podría ser consejero de Obras Públicas. Después que podría conseguirle la Presidencia del Parlamento. Rodríguez rechazó ambos catafalcos, y solo aceptó, meses más tarde, un escaño en el Congreso de los Diputados. Ganó tiempo así para diseñar y levantar Nueva Canarias, fidelizando casi todo el poder municipal en Gran Canaria. Quien se quedó solo, finalmente, no fue Román Rodríguez, sino Mauricio, agónico aparatista de sí mismo. Fue una amplia mayoría de la dirección de CC la que decidió una amputación torpe y fraudulenta, no Rodríguez quien precipitó una ruptura. Por cierto: la ideología no fue, en efecto, un motivo central para la implosión de CC, pero en la actualidad resulta un argumento nada irrelevante para socavar una aproximación. Tanto entre los cargos y cuadros de CC como entre los de NC ha cuajado la convicción de que, como en la película Los inmortales, solo puede quedar uno con vida. Y eso, a medio plazo, es letal para el nacionalismo autonomista, el único capaz de alcanzar una mayoría parlamentaria que disfrute de la centralidad en el escosistema político canario. Si no es así están condenados tarde a un papel asegundado respecto al PSOE o al PP. Cómplices necesarios de las limitaciones políticas y normativas que se propongan imponer desde Madrid a la autonomía estatutaria y al régimen económico y fiscal.

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