Elegía a Juan Barbuzano

Imagen de archivo Juan Barbuzano

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Eligio Hernández

Eligio Hernández

El Hierro ha sido una de las grandes cunas de legendarios luchadores de lucha canaria. Los niños herreños de mi generación y de las anteriores crecimos jugando luchando, y luchando jugando. La lucha canaria ha sido mi pasión, a la que he dedicado toda mi vida profesional y política, como luchador, tempranamente retirado por motivos de estudios, y como federativo en las dos provincias canarias. He conocido y tratado a todos los grandes luchadores de Canarias de la segunda mitad del siglo XX y del actual, los cuales me dieron a conocer a los mejores luchadores de la primera mitad del siglo XX. Tengo pues en mi memoria y en mi corazón un conocimiento secular personal y por tradición oral de la lucha canaria, lo que me permite afirmar, sin ditirambo, que Juan Barbuzano ha sido el luchador técnicamente más completo de todos los tiempos, opinión que me avaló mi padre, Eligio Hernández Yiyo, uno de los iconos del arte puro de la lucha canaria herreña. Juan Barbuzano ha encarnado como nadie las virtudes y los valores de nobleza e hidalguía ancestrales de la lucha canaria y del pueblo canario. La hidalguía (sinónimo de caballero noble y generoso) y la nobleza del deportista autóctono canario es mucho más profunda y de mayor grandeza que la del caballero medieval o que el de la nobleza aristocrática. Nuestro linaje es el del humilde campesino, que para ser un verdadero caballero, como dijo Cervantes en boca del hidalgo Quijote, tiene que seguir el camino de la virtud, el de la más importante, que es la nobleza, de la que Juan Barbuzano ha sido un arquetipo inigualable, como caballero en el terrero, que nunca tuvo ni un gesto hostil contra el adversario vencido, al que levantaba del suelo con un abrazo fraternal, que se premiaba con aplausos multitudinarios.

Juan Barbuzano es el luchador que mejor ha personificado la definición la nobleza e hidalguía del luchador canario que nuestro más insigne escritor y periodista Leoncio Rodríguez, en el año 1920, con pasmosa exactitud, describió: «Debe ser nuestro deporte por excelencia, por su arte, su plasticidad, y su intensa emoción», añadiendo estas hermosas palabras: «La lucha canaria es la fuerza al servicio del ingenio del combatiente, la hidalguía del vencedor con el vencido, la sutileza y la bravura, el combate duro sin sangre, y, tras el combate, la mano que se tiende generosa y caballeresca para levantar al caído y darle el abrazo de paz y fraternidad como remate triunfal». 

Soberbio y sereno Barbuzano en el terrero. Estudiaba al contrario para saber qué maña tendría que emplear para tumbarlo, que ejecutaba a la perfección con destreza, ingenio, y habilidad, de una limpieza, elegancia y fino estilo que recordaba a Martín y Méndez, los legendarios luchadores herreños de principios del siglo XX. Como dijo el poeta García Cabrera de un luchador imaginario de La Victoria, pueblo en el que Juan creó una ejemplar familia y le dio a su equipo grandes victorias: 

Él le imprimía a la lucha

bríos de cumbres y mares y 

trabajaba la brega,

desde el comienzo al remate,

como un hijo que se gesta

en el vientre de una madre.

Nunca se vio luchador

de tan viriles quilates

caer vencido en la arena

con tanto temple y coraje.

Tras un lento calvario de sufrimientos, la muerte lo ha derrotado, pero como también dijo el citado poeta gomero:

Porque a veces las derrotas

tienen las alas de un ave

y en vez de rodar por tierra

se remontan en el aire.

Siempre que escribo una elegía a un ser querido la corono con una frase que plagio de las Termas de Caracalla de Roma: «Te recordaremos siempre amigo Juan, en invierno y en verano, lejos y cerca, mientras vivamos y después», y cada vez que visitemos tu Museo de Frontera, y en cada Bajada, con los tambores, chácaras y pitos tocando a la Virgen de los Reyes. La lucha canaria y la memoria de los luchadores como tú no morirán nunca, porque está en los veneros del pueblo canario, mientras el Teide ondee en el Atlántico y se canten las folías, como dijo el poeta Manuel Verdugo.

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