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Marina Casado

Un carrusel vacío

Marina Casado

@MarinaCasadoH

Sigue brillando, loco diamante

Sigue brillando, loco diamante

Vivimos los últimos acordes de un tiempo que se desvanece. Así lo sentí hace una semana, cuando tuve ocasión de asistir a uno de los dos conciertos que dio el octogenario Roger Waters en Madrid, en This This Is Not A Drill, que ha bautizado como «su primera gira de despedida». Fue el pasado viernes 24 de marzo, en el 50º aniversario de The Dark Side Of The Moon, el mítico álbum de Pink Floyd, la banda creada por Waters, junto con el malogrado Syd Barrett, en 1965.

Barrett fue el primer líder, pero su adicción a las drogas y los problemas mentales derivados lo condujeron a ser apartado del grupo en 1968. Ese mismo año, Waters asumió el liderazgo y entró David Gilmour, hoy archienemigo de Roger. Ambos se enredaron en batallas legales desde que, en 1985, Waters anunció la disolución de Pink Floyd y el resto de miembros, entre ellos Gilmour, continuó dando conciertos en nombre del grupo. Al final, tras muchos tejemanejes, Waters se quedó con los derechos exclusivos de la mayoría de las canciones y de la parafernalia de Pink Floyd, como el icónico globo en forma de cerdo.

La semana pasada, el cerdo sobrevoló el escenario del WiZink Center de Madrid en un homenaje al álbum Animals (1977), para el que Waters se basó en la famosa novela distópica de George Orwell: Rebelión en la granja (1945), pero construyendo un mensaje contra el capitalismo occidental. El cerdo, para el líder de Pink Floyd, representaba a los capitalistas; por eso, el inmenso globo llevaba antifaz de ladrón, dibujos en forma de bombas y proyectiles y mensajes como «roba al pobre para dárselo al rico». Mientras, en el escenario, un Roger Waters caracterizado con la estética nazi rugía para el público, simulaba apuntarlos con una metralleta y lanzaba su mensaje anticapitalista y pacifista sin ningún pudor, incluso atacando directamente a diferentes presidentes de los Estados Unidos, cuyos rostros aparecían en las pantallas colocadas sobre el escenario en forma de equis.

Fue un concepto de concierto diferente a todo lo que había visto antes, empezando, precisamente, por ese escenario de 360 grados. Además, mezcló la nostalgia de aquella época dorada de Pink Floyd con un espectáculo audiovisual alucinante –cuatro pantallas mostrando imágenes apocalípticas, cerdos antropomórficos, mensajes políticos, fotos y vídeos antiguos de Pink Floyd…–. Waters incluso dedicó una canción a su hermano mayor, ya fallecido.

Era curiosa también la variedad del público: desde treintañeros como nosotros, y gente más joven, hasta los abueletes cuya adoración por Pink Floyd parecía venir de lejos. Es lo que tienen los clásicos. Dicen que los viejos rockeros nunca mueren y, desde luego, Waters ha debido de firmar un pacto con el mismo diablo que Mick Jagger, porque, a sus casi ochenta años, continúa demostrando que su fama no se compone solo de nostalgia. Su voz, su carisma, siguen presentes. Y sin embargo, forma parte de los supervivientes de una época legendaria que, en poco tiempo, nadie podrá experimentar. No me imagino a los cantantes actuales saliendo al escenario dentro de treinta años, al estilo de Waters o de los Rolling Stones. Los sesenta y los setenta fueron las décadas fundamentales en las que lo inventaron todo, y sin los medios audiovisuales con los que ahora contamos. Quizá también por eso fue una época letal, marcada por las drogas y los naufragios vitales. Muchos, como Jim Morrison, Janis Joplin o Jimi Hendrix, fueron devorados por su propio personaje, perdieron el rumbo. ¿Quién no fantasearía con un concierto de The Doors en la actualidad, con un Morrison octogenario efectuando, sin embargo, sus extrañas danzas chamánicas en el escenario?

Cuando hablamos de Pink Floyd, es inevitable recordar a otro desaparecido, el legendario Syd Barrett, que no falleció hasta 2006, a los 60 años, pero esa persona poco tenía que ver con aquel lejano y genial compositor de The Piper at the Gates of Down (1967), el álbum inicial de la banda y uno de los primeros del género del rock psicodélico. Barrett llevaba décadas inmerso en una espiral de locura. En 1975, Roger Waters, amigo de la infancia, le dedicó el tema Shine On You Crazy Diamond: «Recuerdo cuando éramos jóvenes, / tú brillabas como el sol. / Sigue brillando, loco diamante. / Ahora, hay una mirada en tus ojos / como agujeros negros en el cielo. / Sigue brillando, loco diamante». En el último concierto de Madrid, Waters interpretó la canción, mientras en la inmensa pantalla, un Syd Barrett en sus mejores años contemplaba al público con ojos grandes y melancólicos. Brillando en la memoria de todos.

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