Punto de vista

El hombre (y la mujer) biotecnológicos

Archivo - Ana Obregón

Archivo - Ana Obregón / EUROPA PRESS - Archivo

Juan Lagardera

Ha bastado una celebrity –que es también socialité–, a toda plana en la última portada de la revista ¡Hola!, para convertir un tema ausente del espectro mediático español en el centro de todas las tertulias y debates. Ana Obregón, teleactriz, modelo de bikinis y licenciada en Biología, madrileña de 68 años, con horóscopo en piscis y en la cabra china, ha posado con su hija (¿o es su nieta?) recién nacida en los Estados Unidos, parida por una madre de alquiler, en el gran couché español que resiste la crisis galopante del papel en la prensa escrita. Va a resultar que el ¡Hola! es el Álamo del periodismo clásico.

En apenas unos días, la inmensa mayoría de los españoles y españolas han tomado posiciones ante una cuestión que, para muchos, constituía toda una novedad. Hemos aprendido que inseminar a una joven fértil con el óvulo fecundado de otra mujer (u otros tipos de bioingeniería ginecológica), recibe el nombre de «gestación subrogada». Un eufemismo que desata las iras del feminismo radical por cuanto tiene de expresión dominante entre la madre que ovula y la que gesta, aunque esta alternativa maternal suele ser utilizada con frecuencia por los hombres homosexuales con fuertes sentimientos de paternidad.

Hemos aprendido también que estas prácticas se han ilegalizado en nuestro país, aunque es posible inscribir en el Registro Civil a los niños nacidos en clínicas no españolas, circunstancia que tampoco admiten en Alemania, país restrictivo al respecto. También que, salvo las feministas, el resto de partidos eludían posicionarse sobre el tema. No estaba en la agenda y mejor no meterse en un berenjenal. Curiosamente, el único partido que estaba a favor de la «gestación subrogada» era –y es– Ciudadanos, agrupación política que ha hecho del liberalismo una especie de sándwich mixto. Justo cuando están cerca de su desaparición, el país entero descubre que los liberales a extinguir defienden la libertad de elección hasta sus últimas consecuencias. Y no lo sabían.

Por una vez, pues, el abundante tertulianismo hispano ha cubierto un buen desempeño al abrir un debate desconocido. Difícilmente la inminente campaña electoral, cuyos prolegómenos afloran ya por cualquier lado, se centrará en este tipo de reflexiones sobre temáticas novedosas. En España seguimos votando con el corazón, el órgano que regula la identidad, la pertenencia y, aunque el marxismo lo refute, la ansiedad económica mal llamada lucha de clases. En cambio, la Francia posrevolucionaria, como enseña el polifacético Éric Vuillard, defiende su estatus como menestralía aburguesada quemando neumáticos en la calle, una actitud más civilizada que arrancar adoquines o cortar cabezas con guillotinas.

Más allá de estas cuestiones políticas de andar por casa, la Obregón, una actriz sin pareja desde hace años y que ha perdido a su único hijo y a sus padres en los últimos meses, ha abierto los ojos a los españoles sobre el futuro ético que se nos avecina. La subrogación ha protagonizado el debate, pero sus derivaciones son múltiples, entre otras todas las provenientes de las identidades sexuales o las de la extravagante controversia sobre el antagonismo de conceptos como derecho y deseo (o privilegio, como consideraron la maternidad los ginecólogos que provocaron la luz de la primera niña probeta, en 1978).

Ana Obregón ha abierto el teatro nacional, pero antes hubo muchos antecedentes, como los de la baronesa Carmen Thyssen o el de Miguel Bosé. De hecho, la tecnoginecología, de la que son adelantados dos médicos reproductistas, los valencianos Antonio Pellicer y José Remohí, puede producir transformaciones inimaginables. La futura reina de España, Leonor de Borbón Ortiz, sin ir más lejos, debe su existencia a los avances de la ciencia biomédica, capaz de fabular replicantes y cíborgs, aunque también de clonar ovejas o de anunciar bancos de órganos criados desde células madre. Incluso de vender testamentos celulares a partir de la congelación del cordón umbilical.

Fue en la filosófica Alemania donde de modo prematuro pensaron en estas cosas. En 1999, poco después de venir al mundo la oveja clónica Dolly en Escocia (que vivió seis años), dos gigantes del pensamiento se enzarzaron en una brillante polémica. El siempre provocativo Peter Sloterdijk había pronunciado dos años antes una conferencia que tituló Reglas para el parque humano, más tarde publicada de modo íntegro por la prensa diaria, en la que se preguntaba sobre los límites de la manipulación genética, siquiera fuera para rehumanizarnos en el futuro gracias a la ciencia vista la degradación moral que el nazismo había perpetrado. Le contestaría abiertamente el neomarxista Jürgen Habermas, autor del testimonial libro El futuro de la naturaleza humana. ¿Hacia una eugenesia liberal?, para quien intervenir en el código genético con el fin de alterar la personalidad representaría la pérdida de la libertad humana.

Habermas, un polemista imperecedero, debatiría más tarde, en Munich, al inicio de 2004, con el cardenal Joseph Ratzinger, futuro papa Benedicto XVI, al respecto de otra abierta discusión en torno a los valores de la religión y de la razón. Desde dos puntos de vista diametralmente diferentes, secular y creyente, ambos coincidieron en el papel modulador de estos dos principios en las sociedades actuales. Lo paradójico fue que Ratzinger defendió la necesidad de políticas sociales en un mundo de capitalismo globalizado, y Habermas los lazos de pertenencia a la colectividad.

Ninguno de ellos podía imaginar que apenas dos décadas después otro acontecimiento impulsaría el mayor debate sobre el futuro del hombre y no se publica en las revistas del corazón. La IA, la Inteligencia Artificial que ya es capaz de suplir a los periodistas y escritores, que acaba de simular con fotografías verosímiles la detención de Donald Trump y los abrigos de diseño para el papa Francisco, está ya a la vuelta de la esquina y va a convulsionar nuestra realidad. Tanto que a los grandes de Silicon Valley les ha importado una higa que quebrara su banco porque lo que están pidiendo es una moratoria en la aplicación libre de la IA. Tanto que tampoco podemos descartar que la exclusiva de la Obregón haya sido un artificio de la revista de la familia Sánchez.

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