OBITUARIO

Aquel hombre que los esperaba a todos

Josep Piqué.

Josep Piqué.

Juan Cruz

Juan Cruz

Aquel hombre se sentaba allí, solo, miraba cómo iban y venían los comensales que se repartían el botín chiquito del almuerzo, y los miraba con un vaivén de ojos de persona que hubiera querido que estuvieran siempre. Para charlar. Él charlaba poco, escuchaba, y al lado tenía a economistas de su talla, abogados importantes, y un poco más allá estaban (estábamos) los pobres comandantes del periodismo o de la literatura. Entre aquellas personas, que se concentraban a mediodía, como colegiales, en el restaurante de los profesionales, cerca del Retiro de Madrid, estaban, por ejemplo, Rafael Conte, el verdadero pope (positivo) de la literatura, el que le abrió paso al mundo que luego lo dejó de lado, o Joaquín Estefanía, que además de un periodista extraordinario ya era también una persona estupenda.

Eran tenidas de mediodía a las que acudía Josep Piqué, que no sé si entonces declinábamos en catalán. Lo cierto es que él estaba allí, escuchando, mirando a los lados, inquiriendo, como si quisiera aprender de todas las artes. Yo me fijaba en él porque no era habitual observar que alguien mirara por si otro decía algo de particular, de lo que pudiera aprender. Un día, fuera de aquellas reuniones en las que todo se compartía, incluso los platos y las risas, él se fue yendo a otros menesteres privados o públicos, y es verdad que se sintió su ausencia, porque de todos ellos era el que los esperaba a todos, para hablar. Para escuchar más bien.

Tenía un deje muy particular en su modo de expresarse, porque tendía a parecerse a seres que entonces no abundaban: los que decían las cosas como si vinieran dudando desde Oxford, o desde Harvard. Ausente, sin embargo, de toda pedantería, lo que pretendía era explicar. Y si le escuchaba cambiaba Oxford por Barcelona o cualquier sitio y se hacía entender como si fuera un socialdemócrata.

De aquel entonces tengo su vívido recuerdo, compartido con otros que fueron sus amigos en aquellas mesas raras en las que casi todo el mundo estaba estudiando futuro. Nadie sabía más de la cuenta, y él tampoco.

Cuando desapareció de allí, poco a poco, se le vio en distintas instancias de la vida nacional, incluida la esfera (inesperada para los ingenuos de entonces) del Partido Popular. Una información muy precisa, muy documentada, realmente perturbadora, de nuestro compañero Ferrán Boiza, ha revelado en los periódicos de Prensa Ibérica algunos particulares de ese paso suyo por las turbulencias manejadas primero por los placeres livianos (o muy pesados) de José María Aznar y de Mariano Rajoy, personajes aun intangibles de una época de furia y de miedo, y de negligencia.

Resulta que en ambos casos lo utilizaron, el uno, tan poderoso, el otro tan descosido de la realidad de España, para simular que Cataluña les importaba, cuando en realidad lo que querían era que les importara solo para manejar el manubrio del poder.

Lo engañaron, o por lo menos lo llevaron a engaño. De entonces, de ese periodo sin esperanza y con daño (político), lo recuerdo como si estuviera sonámbulo sobre la lona de un ring desconchado. El PP tuvo en ese momento la oportunidad, real, de llegar a ciertos condominios morales con Cataluña, montados por Piqué para hacer posible una relación distinta.

Entre aquel nefasto personaje de tinieblas que fue el secretario general del PP, Ángel Acebes, y los que lo siguieron raya tras raya, hasta pintar un caballo turbio, cegaron las buenas señales que era capaz de tejer Piqué para que, con buena educación y equilibrio, la figura catalana, e incluso catalanista, no se fuera por la barranquera.

Hasta que llegó la barranquera. Se culpa a los catalanes, y es de naturaleza tener en cuenta su inmensa culpa moral, política, incluso ética, pues ellos pusieron en bandeja (al PP, al que se quisiera aprovechar de aquel dislate) una situación que hizo que los aznares y sucesores de la época sirvieran una crisis horrible simulando que estaban predicando a favor de la patria. La Patria.

Se culpa a los catalanes. Julio Cortázar tiene un cuento que se titula así, No se culpe a nadie. Pero sí conviene señalar que aquella defenestración sucesiva de Piqué, contada con el rigor del espejo periodístico que maneja por nuestro compañero Ferrán, hizo mucho peor la situación catalana, también para el PP, incapaz hasta hoy de entender que lo que hizo con aquella situación, antes y después de la degradada reacción de Artur Mas ante las negativas de Rajoy, fue empeorarlo todo y, ay, para siempre.

Piqué era el hombre que los esperaba a todos en aquel restaurante de Madrid. Para hablar, para compartir. El PP, que lo heredó en perfecta forma para hacer todo eso, lo mandó a escarmenar nada, y harto de ello, qué bien lo cuenta Ferrán Boiza, abandonó a Rajoy desde un Ave intransitivo, en el que ya el pobre hombre que nos esperaba a todos no sabía si iba o venía.

Así que se paró en seco para pasar a ser, nada más ni nada menos, que Josep Piqué, que ahora ha muerto.