Caleidoscopio

Tremendismo de carpintería

Julio Llamazares

Julio Llamazares

Robo el título a Luis Grau, director del Museo de León y autor de diversos libros tanto de su especialidad como de literatura, quien en su última columna en un diario local se refería así a la Semana Santa leonesa: «Hace décadas esa celebración aún conservaba el impulso sincero que alberga toda celebración litúrgica cuando se atiene a sus orígenes y significado: el de una trascendencia que, se esté de acuerdo o no con su mensaje y forma, tiene sentido. Ahora no. Desde el primer día se produce una frenética invasión de las calles por batallones caracterizados cuyo objetivo parece ser exhibirse y competir por la atención del público o la preeminencia entre grupos aparte de la religiosidad o coherencia del relato. Para que se entienda mejor: el protagonista aparece ya crucificado el primer día y con tal spoiler no hay tensión que valga, no hay quién conozca. Qué decir sobre una estética tan propensa año tras año a la gráfica cursi y el tremendismo de carpintería…».

Poco se puede añadir a una descripción tan precisa como no sea que lo que se cuenta en ella no es privativo sólo de una Semana Santa concreta, sino de todas las Semanas Santas españolas, que han pasado de ser manifestaciones religiosas a volverse espectáculos vernáculos al aire libre con poco de religiosidad y mucho de ostentación, de orgullo racial y de negocio. Decir esto no es una ofensa a la religión, al revés, es un recordatorio de la deriva que ha tomado la católica, la más extendida en España, reducida a un culto cada vez más minoritario y ultraderechista y convertida en lo demás en motivo de fiesta y de explotación turística, como es el caso de la Semana Santa o la Navidad. No digamos ya de las fiestas tradicionales que se celebran en relación con ella, auténticos trampantojos religiosos casi todas cuando no espectáculos folclórico-festivos de difícil defensa por parte de la Iglesia, que ve cómo la religión se trivializa y fanatiza a la vez. La romería del Rocío sería el ejemplo máximo de esa deriva folclórica, pero los hay a miles en un país donde cada pueblo tiene una Virgen propia, todas mejores que la de al lado.

El tremendismo de carpintería al que aludía Grau en su panegírico enlaza, por lo demás, con una tradición que no se reduce a los desfiles semanasanteros, puesto que impregna también otras celebraciones y no sólo de carácter religioso. En casi todas ellas la carpintería abunda en ese tremendismo que tanto gusta a los extranjeros, desacostumbrados a él y que lo consideran señal de tercermundismo y atraso aunque no nos lo digan. Ver un Crucificado a hombros de legionarios descamisados marcando el paso no difiere para ellos del espectáculo de la degollación en público de un toro o de la mortificación ritual de un vecino al que se dan latigazos para que sangre mientras desfila descalzo detrás de una Dolorosa y como tal lo contemplan, sabiendo que nada tiene que ver con ellos para su suerte.

Queda por aclarar la parte del negocio, esas cifras con las que se justifica todo, lo mismo el tremendismo teatral de los pasos que la participación de las autoridades o de los servidores públicos (Policía, Guardia Civil, militares) de un Estado acofensional en un acto religioso o la quiebra de los derechos individuales y colectivos, como son el de circular libremente por la vía pública, tomada por los procesionantes, o el de dormir sin oír trompetas y bombos a cualquier hora de la madrugada. Pero eso ya es ejercer de aguafiestas cuando no de antipatriotas en un país donde la religión y la fiesta son tenidos por banderas aunque sean de carpintería.

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