Reseteando

Hilando fino con Dreamland

Imagen incluida en el proyecto Dreamland.

Imagen incluida en el proyecto Dreamland. / LP/DLP

Javier Durán

Javier Durán

En Canarias todo lo que se pueda ir de las manos debe ser mirado con lupa, más si alcanza la estimable dimensión de unos 100.000 metros cuadrados en parte de un campo de golf de Jinámar ya amortizado. Estas cautelas suelen salir de vez en cuando de la boca de algún representante público repentinamente alarmado por el crecimiento urbanístico, el arrebato poblacional, la bomba del parque de vehículos, la descarbonización, el asfalto que se come el verde... En fin, que en Canarias se debe hilar fino y dilucidar claramente si la concesión de interés general insular a la firma Dreamland, pertinencia ordenancista para establecer su viabilidad, resulta para el bien común o es para el enriquecimiento privado. Este híbrido entre parque temático, centro de formación y ciudad del cine de la era digital, rebotado de Fuerteventura por un desajuste medioambiental, ha sido recibido con alborozo por el presidente Morales, que incluso se ha comprometido a dar el primer beneplácito a la operación antes de la celebración de las elecciones. Pongamos esta alfombra roja de terciopelo en el tarro de la mera cortesía, y pensemos en la debida objetividad de criterios a la hora de derramar una carga más en el suelo local. No quiero ir de aguafiestas, pero estos alardes deben ser muy contrastados, primero, en lo que se refiere a su beneficio económico y capacidad para promover el empleo. Y segundo, en todo aquello que pueda afectar al territorio y a la sostenibilidad del mismo. Son premisas que no admiten peros, sea quien sea el titular del expediente, sea cual sea su fortaleza a la hora de negociar o sea como sea el tamaño de su cartera de piel. Al margen de estas cuestiones de enjundia, queda por hacer la prospectiva indispensable frente a un mundo cambiante, en conflicto bélico, sometido a alteraciones financieras, competitivo e indefinido tecnológicamente, donde funciona mejor lo flexible frente a lo rígido. Por cierto, la insularidad es compatible con la megaciudad: para padecer los males de la última sólo es suficiente con importar lo que en otros lugares se rechaza.

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