Piedra lunar

La memoria de doña Amparo Walls

José A. Luján

José A. Luján

Cuando a fines de la década de los sesenta del siglo pasado tuvimos que coger la caña, embarcar en un barquito tipo cáscara de nuez y plantarnos en la isla donde se erigía la única universidad de Canarias, prontamente quedamos enclaustrados en lo que sería nuestro emplazamiento durante siete años, sin desviarnos ni un ápice de aquel soñado destino. Lo que se había instalado en nuestra mente como la más solemne localidad del Archipiélago hizo que nos dedicáramos a escudriñar aquella urbe que estaba adornada de un rancio abolengo que impregnaba sus muros conventuales y palaciegos. Nunca llegamos a imaginar que una ciudad tuviera un casquete de tejas donde crecían verodes, pasteles de risco y orejas de gato como adornos colocados allí por la naturaleza.

Lo que desde la perspectiva actual se nos presenta como la «universidad vieja», era el recinto que aglutinaba a poco más de dos mil alumnos. En aquellos pasillos, en el paraninfo, en el «bare nostrum» y en las calles articuladas en torno a La Carrera o Herradores, transcurría la vida y se fueron trenzando las amistades. La ciudad ofrecía lugares que había que escudriñar, con su personalidad antañona, desde La recova al Cristo, la popular Artillería trillada de manises con vino abocado y cantares de los lugareños en la trastienda, y la literaria Oficina, todo ello a la sombra de La Concepción, torre emblemática que marca el rumbo de los sueños.

En el ámbito institucional, en aquel tiempo estaba instalado Alberto Omar como secretario del rector don Jesús Hernández Perera. Omar administraba los espacios con mucha flexibilidad, y en su reserva interna iba construyendo textos como la «Canción del Morrocoyo» y la dedicación al ensayo de grupos teatrales. Lo importante era su estímulo a la creatividad y su pasión por la literatura y el arte que emanaba de un ambiente familiar donde su madre, doña Amparo Walls Hernández no cejaba en sembrar en sus hijos la idea de que no se perdiera ni un minuto del tiempo que exigía aquel mundo que empezaba a ser competitivo.

A doña Amparo se le alargó el tiempo entre recuerdos del viejo Santa Cruz y, ya nonagenaria, sus hijos la sientan en una mesa para que escribiera la memoria de su tiempo antes de que el viento inexorable borrara sus testimonios vivenciales. Así llega a nuestras manos el libro «Orígenes» que recoge los textos «Mariposas de papel» y «Párrafos de la memoria», escritos a los 90 años, hecho que nos hace plantear que el entusiasmo por el arte no se cierra con el paso de las décadas. Doña Amparo, arraigada en Santa Cruz, no dejaba de tocar el piano y practicar el canto vocal, cuyas notas inundaban su casa siempre llena de transeúntes, amigos de sus seis hijos y comerciantes que negociaban con su marido, todos empeñados en dar pasos adelante en la creación.

Mientras la vida doméstica transcurría de manera casi rutinaria, doña Amparo no dejaba escapar las vivencias que mantenía prendidas en sus neuronas. La música y el canto cubrían su expectativa artística. Así pasaban los años hasta que ya, frisando los noventa, Alberto y su hermano pequeño la animan a darle forma literaria a sus recuerdos. Mientras un buen puñado de jóvenes canarios trasegábamos por la ciudad universitaria, fría, conventual y desapacible, envuelta en la humedad que llegaba de la Mesa Mota, abajo en Santa Cruz sus moradores no cejaban en marcar con fuerza la competencia que emanaba del Puerto, con mercancías y exportaciones, ramblas y hoteles, casino y edificio del cabildo, capitanía general y plazas de la burguesía funcionarial.

En el ámbito doméstico, en la ciudad pesquera, (pueblo de pescadores la denominan los propios isleños), se pretendía forjar un tejido de identidad propio que superara el ruralismo lagunero. Cuando doña Amparo escribe negro sobre blanco en unos cuadernitos escolares, aflora una prosa limpia, conocedora del formalismo musical, sin barroquismo ni artificio. Es una escritura cargada de ética, de valores humanos que quiere fijar con sobrado magisterio. Nos encontramos con una prosa de compromiso: «Recomendaría a las nuevas generaciones que se empeñaran cada día en ser más cariñosos y en cuidar y amar la Naturaleza».

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