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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

Periodista

¿Escapará La Aldea de la apisonadora?

Una simulación del proyecto previsto en el valle de La Aldea. LP / DLP

El sistema público ha realizado un esfuerzo ímprobo para mejorar la calidad de vida de los aldeanos con toneladas de asfalto que revierten su lejanía. Alcanzar este extremo de Gran Canaria era poco menos que una odisea, tanto por la peligrosidad de las curvas, la hondura de los barrancos o las enormes piedras que se desprendían en época de lluvias. Pero nada de estas limitaciones cotidianas va a rozar o coger de lleno a la iniciativa privada que pretende levantar una urbanización turística en extensiones agrícolas devaluadas para tal fin: lo que para los habitantes ha sido una mejora en su modo de vida, deviene en relevante fortuna para los promotores. Muchos dirán que siempre ha sido así, primero se construye la infraestructura con los impuestos de todos y luego vienen los listos a posicionarse. Nadie le quiere negar el pan y la sal a La Aldea, que por una vez tiene ante sí la herramienta necesaria para superar su aislamiento y recuperarse de las crisis cíclicas de sus cultivos. No. Pero también tienen la oportunidad de escapar del modelo sesentero que convirtió la urbanización del sector turístico en la apisonadora de la Isla. Es una buena noticia la predisposición de los inversores de La Aldea hacia el equilibrio, una condición que de no ser así chocaría con la pretensión de la obtención de la categoría de parque nacional para Guguy. Pero no basta. Este municipio lastrado históricamente por la incomunicación debe ser, después de los sucesivos descarrilamientos hasta llegar a Mogán, un laboratorio para un crecimiento turístico semipúblico. Más allá de su capacidad para ejercitar las competencias en el planeamiento, La Aldea haría bien en ser copartícipe de la estructura empresarial que pondrá en marcha este proyecto turístico y los venideros. Garantiza de esta manera que se cumplan escrupulosamente los criterios de sostenibilidad comprometidos, además de un reparto equitativo de la riqueza que contribuya al progreso educativo y profesional. Ya no valen las migajas. Existe una escala para cuantificar, y está clarísimo que la autovía nos ha costado un ojo de la cara.

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