Reseteando

La UD vampiriza el 28-M

La UD vampiriza el 28-M

La UD vampiriza el 28-M / ANDRES CRUZ

Javier Durán

Javier Durán

Lejos del runrún anestesiante de los partidos, el gran fenómeno de este 28-M pasa por la influencia de otro runrún más trepidante: el ascenso o no de la UD. El azar ha colocado casi a la par ambos acontecimientos, dando lugar a un hermoso laboratorio demoscópico. No es que el seguidor no discrimine entre el fútbol y la política, e introduzca la papeleta en la urna igual que un gol en la portería. Si esto fuese así, estaría claro que nos encontraríamos ante un verdadero cisne negro, un suceso sorpresivo capaz de poner patas arriba las matemáticas electorales. Por mucho que el palco presidencial se llene de flamantes y ambiciosos cabezas de lista, poco van a poder hacer frente al hipnotismo del gol. Pese a dicha descoordinación, habrá tortas, si se diese el caso, por estar allí y soñar con la quimera de que los miles y miles y miles de futboleros van a ser moscas atrapadas bajo sus sobadas siglas. Hasta fantasearán estos candidatos con un VAR propio que sea capaz de devolverles la victoria después de que los porcentajes reflejen sin piedad una derrota carente de epitafio. En pulcritud, no es la UD un cisne negro capaz de registrar un seísmo, pero sí lo es en el sentido de que ha usurpado a estos ejemplares de la poltrona pública, ¡oh, pobrecitos!, el protagonismo del grifo de neuronas enternecedoras que bailan alrededor de sus argumentarios. El gol, el aullido celestial de las masas, acaba por convertirlos en secundarios de la vida: la política como un segundo plato, anonadada, golpeada en los bajos, por una fuerza motriz que mueve a los barrios, que une la periferia con el centro, que mezcla a las grupos sociales, que une a las razas, que reparte euforia y lágrimas, que desencadena pasiones... Un inmenso magma que sepulta la vieja ilusión del líder con la aspiración orgásmica de llenar estadios hasta la bandera y no una pequeña sala del auditorio o la plaza del pueblito, aunque sea con bocadillos de tortilla o papas arrugadas. Un lleno total, un lago colmatado de cuerpos, para exhibir su condición de espectáculo capaz de dejar sin respiración mundos y submundos.

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