Piedra lunar

La isla y la ciencia

Las cinco joyas de la ciencia isleña

Las cinco joyas de la ciencia isleña / Verónica Pavés

José A. Luján

José A. Luján

La isla está ahí, frente a nosotros, lectores de su geología pétrea, abrazada por las olas que restallan en su entorno con una caricia encrespada de espumas y callaos y que se vuelve remanso en el beso del mar sobre la arena. Nosotros la observamos como si de una diosa se tratara. Es una novia mitológica, nimbada de leyendas que arrastra en sus ricos perfiles desde las milenarias erupciones volcánicas, y desde los derrubios de la verticalidad de sus costas.

Este escenario que son las islas nominadas por Juba II el rey romano de Mauritania, crecidas en un costado del inmenso Atlántico y del África, tiene enriquecedoras lecturas que se configuran en torno a una singular topografía: costa, medianías y cumbres, además de norte, centro y sur. Son anillos intangibles de su geografía que se han construido por la mano del isleño que las habita.

El hombre tiene un idilio con la isla desde el momento que pone pie en tierra. Cada hombre y cada mujer a su manera. Si se analizan los rasgos tipológicos, los resultados son varios y no podemos establecer uniformidades reduccionistas. Si acaso logramos agrupar sus procedencias genéticas, marcadas por la clasificación de apellidos, osaríamos construir un tablero de parentelas, antaño endogámicas, incluso por motivos económicos para no dispersar el patrimonio de las tierras, como si fuera el residuo de una tribu primitiva.

Sin embargo, con márgenes de error a estas alturas del milenio, podríamos aproximar el juego de los linajes, e incluso aspectos conductuales con cierto denominador común que forman los barrios y caseríos que se han ido construyendo con sus viviendas, unas al ladito de las otras, porque es donde radica el solar. En Las Arvejas florecen los Sánchez en torno al llamado Padre Sánchez, un jefe de la tribu que lo es sin serlo. Todos tienen un rasgo genético común y todos son muy urbanos, emprendedores y estudiosos por imitación y proximidad. Lo mismo sucede con los Alonso (Acusa); los Cabrera (Las Hoyas); los Cubas (Lugarejos), los Medina, los Díaz (Las Cuevas); los Bolaños y los Quintana (Cuevas del Rey). Cada quien en su cubículo, como si no existieran otros caminos de relaciones.

Aniano Hernández Guerra, sociólogo y doctor universitario, acaba de poner negro sobre blanco las evidencias del linaje de los Guerra, anclados en los territorios de San Mateo (antes Vega de Arriba), Tejeda y Tunte (Tirajana). Más allá de una descripción positivista, en su libro «La isla y la ciencia», establece el lazo de la inteligencia que se palpa a flor de piel. Desde nuestra perspectiva actual, vemos la brillantez de dos figuras rutilantes que se plantan en medio de la historia de la isla pero con escenarios de desarrollo en Madrid y en Europa, como epicentros de la vida intelectual. Hablamos de Juan Negrín López y de José Domingo Hernández Guerra, personajes amasados y emparentados junto a sus respectivas familias isleñas.

Y llegado el momento, alzan el vuelo con sus alas que en principio se baten a nivel del suelo, es decir en nuestra tierra, y no dudan en llegar a los estrados de la Universidad Central, con parada en la Residencia de Estudiantes. Allí desnudan sus neuronas, limpias y ágiles, para comprender el lenguaje de la ciencia, que siempre parece tan lejana.

En este caso, tenemos dos personalidades que en el devenir del tiempo, sin ellos sospecharlo, encontraron a un pariente que tuvo la iniciativa de escribirles. Este pariente, con una formación académica transversal, es el sociólogo y doctor universitario de la ULPGC, Aniano Hernández Guerra, quien se nos muestra en este libro como un humanista, en el amplio sentido del término. En su investigación, recogida en el libro «La isla y la ciencia», Aniano nos expresa su consolidado interés por la literatura, la historia y las ciencias, delimitando el valor de estas disciplinas.

Al abordar la personalidad de Juan Negrín López, Aniano Hernández desvela un doble compromiso. Por una parte, con la ciencia pero sin abandonar el compromiso social y político, con lo que logra convertirse en faro intelectual para las jóvenes generaciones. En paralelo, el tejedense José Domingo Hernández Guerra mantiene el trabajo de investigación en el laboratorio que sirve de apoyo a Severo Ochoa, a la vez que consolida sus relaciones con los creadores e intelectuales de la Residencia de Estudiantes. Con ello, la isla se agranda y universaliza.

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