El lápiz de la luna

La ansiedad como pandemia

Cómo enfrentarnos a la ansiedad cuando llega la noche y no nos deja dormir

Cómo enfrentarnos a la ansiedad cuando llega la noche y no nos deja dormir / Freepik

Elizabeth López Caballero

Elizabeth López Caballero

Hace unos días la OMS (Organización Mundial de la Salud) comunicó el fin de la emergencia sanitaria de la Covid-19, tres años y casi dos meses más tarde. ¡Qué vértigo!, cómo pasa el tiempo. Sin embargo, creo que debería haber anunciado la continuidad –porque no es nueva– de la pandemia mundial de los trastornos de ansiedad, que no es moco de pavo y se está cebando con la mitad de la población. Cada vez son más las personas que experimentan síntomas de ansiedad: sensación de nerviosismo o agitación, aumento del ritmo cardiaco, temblores, cansancio, sensación de peligro, problemas para concentrarse, pensar o retener información, pensamientos intrusos, insomnio, problemas digestivos… porque la ansiedad es como una serpiente que va reptando por tu cuerpo y, en ocasiones, se enrolla alrededor de tu cuello, asfixiándote. Como, además, los problemas de salud mental siguen siendo tabú, las personas que sufren de ansiedad lo viven en silencio y en soledad, lo que no hace más que aumentar ese sentimiento de culpa y de tristeza por sentirse mal. Hace un tiempo, la Fundación Yrichen puso en marcha una campaña para concienciar sobre el mal uso de la benzodiacepina, un medicamento que se utiliza para disminuir la ansiedad, el estrés o el insomnio, cuya ingesta debe controlarse por la gran dependencia que conlleva, con el siguiente eslogan: «Si el problema no te cabe en el bolso, la solución tampoco». Me pareció un mensaje tremendamente acertado, porque si educamos a la sociedad a que ante un problema el remedio es una pastilla que lo esconda, en lugar de ir a la causa o a los motivos que están generando esa ansiedad, tendremos una población adicta a los psicotrópicos. No estoy diciendo que esté en contra de los medicamentos, ni mucho menos. Son necesarios y ayudan, sobre todo, en los momentos más críticos del proceso, pero no deben convertirse en la varita mágica. Para ello, para dar herramientas a las personas que sufren ansiedad, la OMS debería desplegar un protocolo en la sanidad pública, como se hizo con el coronavirus, para dar atención psicológica a todo el que lo necesite sin listas de espera de meses ni sesiones de atención psicológica de veinte minutos. ¿Después? Ese es otro tema que podría llenar las páginas de este periódico y yo solo dispongo de una columna. Hoy quiero usar este artículo para dejar algunos consejos de higiene emocional que no van a hacer desaparecer la ansiedad, pero pueden ayudar a mantenerla a raya: por ejemplo, hacer uso de un diario. Se puede emplear de varias formas: para escribir cómo nos sentimos, como medio de desahogo o escribiendo una historia en tercera persona. Se trata de crear un personaje al que le pasan las cosas que nos pasan y siente las cosas que sentimos. Al hacerlo en tercera persona nos salimos del problema, lo que nos puede ayudar a verlo con perspectiva y a encontrar soluciones. Hay que tener en cuenta que durante la ansiedad aparecen los pensamientos intrusivos, esos que nos hacen creer cosas que no son reales. Estos pensamientos son agotadores y una manera de restarles fuerza es usar autoinstrucciones; por ejemplo: «mis pensamientos no me definen», «este pensamiento lo produce mi ansiedad» o cualquier frase con la que te sientas cómodo. Decir esas frases en voz alta, o para ti mismo, rompe con el pensamiento en bucle. Otro ejercicio útil es trabajar la gratitud. Cuando estamos inmersos en un trastorno ansioso-depresivo es complicado ver las cosas buenas que nos suceden en el día a día, pero suceden cosas buenas. Anotar por la noche tres acontecimientos que nos hayan ocurrido durante el día y por las que nos sintamos agradecidos nos ayudará a sentirnos mejor, pues es como un fertilizante para la mente, aumenta las conexiones y mejora su funcionamiento. Nos podemos sentir agradecidos por la llamada de alguien a quien apreciamos, por un amanecer, por una canción, la felicidad no está en lo extraordinario, sino en esas pequeñas cosas que solemos pasar por alto. Sumado a esto, la meditación y el yoga son, a mi juicio, la verdadera medicina para mejorar esos estados ansiosos, así como hacer ejercicio, sobre todo, al aire libre. Otra píldora efectiva es caminar por la orilla del mar, que por suerte no nos falta, ya que los iones negativos de la brisa marina incrementan la serotonina, neurotransmisor de la felicidad. Sé que nada de esto te quitará la ansiedad, pero quizá sean los primeros cerrojos que abran la puerta de salida.

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