Reseteando

Fútbol o política, o viceversa

Viera festeja la conquista de los cielos con su segundo ascenso en el Gran Canaria. Detrás, Naciente.

Viera festeja la conquista de los cielos con su segundo ascenso en el Gran Canaria. Detrás, Naciente. / JOSÉ CARLOS GUERRA

Javier Durán

Javier Durán

Así de clara es la pregunta: ¿el fútbol o la política? Dos segmentos tan omnipresentes han tenido la campanuda suerte de encontrarse frente a frente en un combate donde el comportamiento individual fijará, muy subjetivamente, los pros y los contras de esta movilización de masas concatenada. Ocurrió ayer con la UD (escribo este artículo sin el resultado final) y pasará hoy con la apertura de las urnas (tampoco sé qué nos depara como es obvio). Ambos hitos se han cruzado. Y a esta hora aún no podemos saber si los valores positivos y negativos de la competitividad deportiva se infiltrarán en el voto. Como tampoco podemos predecir, a la inversa, si el mundo del fútbol marca distancias con el discurso político, al que considera un intruso y con unos atributos incompatibles con el vínculo sagrado se da entre la afición y un equipo. Está por ver.

La rareza de la coincidencia en el tiempo de dos grandes ritos de la convivencia social ha descolocado a los candidatos. En pleno fragor de la campaña, han preferido optar por no utilizar la cuestión de la UD: mientras los grancanarios morían por su equipo del alma, ellos se limitaban a aparecer por el palco presidencial del Estadio de Gran Canaria. Hicieron gala de un pudor extraordinario con el objetivo de evitar una interferencia entre fútbol y política. Pero todos sabemos que es una fachada. Negar cualquier vaso comunicante entre las dos actividades sería gravemente suicida: la afición no es extraterreste, tiene cambios de humor. No digamos los ultras. Ya puestos, un equipo fortalecido como refugio del poderoso caído en desgracia. O bien, como plataforma para el lanzamiento de un proyecto político. El reciente caso Vinícius, a nivel nacional, ejemplifica el tacticismo de los políticos españoles con el balompié. Ellos son conocedores de que determinados equipos protegen a grupos racistas (y fascistas), pero una cruzada a fondo contra estos malandrines no es rentable políticamente.

El ascenso de la UD a Primera debería ir acompañado de la activación o actualización de protocolos que refuercen los valores deportivos de su afición, jugadores y directiva. Un club aglutinador, cohesionador, es un instrumento eficaz para llegar hasta los intersticios en los que la política no puede entrar. Estamos ante un catalizador capaz de estimular el desarrollo de un proceso. De entrada, más positivismo para unas familias acuciadas por el día a día, a las que la política no les puede dar lo que les insufla la poderosa razón del triunfo amarillo.

Pese a los vítores, hay que huir de la monopolización deportiva con la UD. Las instituciones deben hacer valer el peso de la equidad y no olvidarse de que existen otros deportes, donde auténticos jabatos y jabatas luchan por una esponsorización justa. Son extremos que integran cualquier sentido común, pero ya se sabe cuan ilimitado es el afán del programa propagandístico con el fútbol.

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