Reseteando

Elementos para una resaca

Imagen de la visita oficial de la UD Las Palmas a la Virgen del Pino este lunes.

Imagen de la visita oficial de la UD Las Palmas a la Virgen del Pino este lunes. / Twitter: UD Las Palmas

Javier Durán

Javier Durán

Así, como si fuese el título de un manual de bioquímica o un folleto con recetas sanadoras para liberar las neuronas de la momificación del alcohol. Nos esperan días de empanada, sueños terroríficos de engranajes y rodamientos para la gobernabilidad, y hasta supuestos por los que el ascenso de la UD bajará el precio de las judías y moderará el pelotazo de los kiwis amarillos. Van a ser semanas verdaderamente endemoniadas, en las que un insularismo de pura cepa se transmutará en damisela de honor y esperará sobre la taza del retrete hasta que le pidan que mueva las caderas durante el baile del chollo. La visita de rigor y fervor de los amarillos a la imagen mariana de la Virgen del Pino se solapará con el golpe bajo y alto de los resultados en las urnas. Unos irán hasta la villa con el «¡Ay Teror, que lindo eres!», al mismo tiempo que otros lo harán sumidos en la tristeza unamuniana de la derrota. Me viene a la memoria un puestero del mercado que tras las elecciones, sin falta, maldecía el guirigay de los pactos. El hombre se quejaba entre amargado e indignado por el uso que le habían dado a su preciado voto. «Pepe, hágase anarquista», le decía para calmarlo. Y él gritaba: «¡Votaré anarquismo un día, ya verás». «Pero Pepe, los anarquistas no votan». Pese al aviso sobre su gambazo con los de Durruti, seguía como si nada con sus chuletas. La tragedia electoral de Canarias es que nadie entiende qué ocurre tras las elecciones. Los territorios se convierten en una especie de plaza de Marrakech donde se negocia hasta con el alma, con esos largos silencios que ningún español maneja tan bien como el canario. Esa espesura y observación que tanto se le atribuía a Galdós, y que bebe de la mirada incansable al horizonte de los insulares. Años 80, recuerdo el forcejeo herreño para frenar la ley que daba luz verde a la ULPGC y la finura con la que sus dos diputados decisivos para sacar adelante la norma, los padrones, decían todo y nada. Resultó un viaje a la Isla del Meridiano, al meollo, donde aprendí alguna cosa (no muchas) sobre la pesada resaca política en Canarias.

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